Desembarcamos en
fértiles playas : Las pastelerías son uno de los pocos sitios en los que puedes
presentarte y decir : ¡Elegid lo que queráis!, como si desembarcaras en tierras
vírgenes y quisieras recompensar a tu tripulación con ensaimadas, palmeras de
chocolate y pasteles de nata tras ocho meses de travesía por mar y media hora
en metro. Poco me falta para soltar el grito en Le Pan Quotidien (lepácotidiá)
cuando los dos grumetes y yo entramos. Me frena ese silencio tan francés, y
todo el toque también francés que se percibe en el resto : en la presentación
del pan, en la educación de los camareros, en las conversaciones de las parejas
en sus mesitas bajo su tenue pero cálida luz (que si Perec, que si Barthes).
Francés de franquicia, tal vez (la empresa es belga), pero un francés que me vale. Me guardo el sable
y me pongo a la cola.
Reúno a la tripulación junto a la
vitrina y les señalo todas las maravillas que ahí se exponen con la pasión de
un entomólogo que tuviera delante nuevas especies. Debería prescribirse un rato
frente a una selección como ésta para quitarse depresiones, tendencias góticas,
angustia existencial y, en general, dudas sobre la razón por la que el hombre
existe (cuestión que sólo surge si no te gusta el fútbol). Pues existe para
hacer justo lo que tienes delante de ti. Tartaletas, magdalenas, cruasanes,
lazos. Una clase de filosofía optimista que te debes comer para evitar así la
interpretación viciada de un cerebro que muchas veces parece una portera
desmotivada espantando cualquier idea alegre (¡Alegre! ¡En crisis!). Dan ganas
de pegar las manos al cristal para sentir esa euforia calórica que desprenden
todos esos bollos.
No lo grito, pero lo susurro :
elegid lo que queráis. Cada punto que señalo con el dedo es un lugar bajo el
que se esconde un tesoro. ¡La isla está repleta de ellos!. Elegid, les
aconsejo. Y veo cómo se mueven de uno a otro, como una bola del pinball
empujada por sus deseos. ¿Cómo no me voy a sentir bien aquí? Cualquier tipo con
más dinero que yo no sería más rico : tengo en el bolsillo lo que necesito para
pagarles lo que quieran. No hace falta más.
El dependiente espera pacientemente
y después hace esto : mete el cruasán del Lucía en una bolsa de papel y la
tartaleta de cereza de Daniel en una caja. Nos trata como si tuviéramos siete
apellidos enlazados con guiones. Los franceses de franquicia (éste es argentino), ya se sabe. Saco el dinero y se
lo entrego con el mismo cuidado con el que él nos ha atendido. Ahí van mis
monedas de oro.
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