viernes, 30 de noviembre de 2012

Ahora, ahora, ahora




Ahora, ahora, ahora : Me gusta la complicidad que compartimos Daniel y yo yendo al cine (la sección femenina de la familia tiene otros planes). La película es muy, muy mala : la versión infantil de “Los vengadores”. Alguien se preguntó . “¿Y si hacemos lo mismo con Papá Noel, el hada de los dientes, no sé quién y no sé cuántos?”. El resultado es ridículo y caro : dos entradas, 17,90 euros.

Pero la película es lo de menos. Podría bajarla de Internet y me saldría gratis, pero perdería la oportunidad de estar los dos juntos. Charlamos en el coche, calculamos el tiempo que tenemos libre antes de que empiece, damos una vuelta por el Vips (él a ver juguetes y yo a encontrarme con un libro sobre Cartier-Bresson que finalmente no compro), intentamos sacar dinero en un cajero (uno no funciona y el otro, el otro, ja,ja,ja, pretende cobrarme tres euros por sacar veinte), le digo a Daniel que no hay palomitas y él niega, desilusionado, rebusco en la cartera y encuentro un billete que Lucia me dio hace mucho tiempo y que estaba ahí para que Daniel pudiera cercarse a comprar una botella de agua y unas palomitas medianas (5,40 el total), le doy la botella a Daniel (no me fío) y me quedo con las palomitas, entramos en el baño, dejamos la botella y la bolsa de palomitas junto a los grifos y nos lavamos las manos con meticulosidad de cirujano (así), recorremos todo el baño con las manos goteando hasta que damos (por fin) con un secador que suelta un aire fuerte y caliente, directamente del desierto, y yo me seco las manos primero y él se las seca después, y terminamos de quitarnos la humedad frotándolas contra los muslos (así), y cogemos las palomitas (yo) y el agua (él) y entramos en la sala (no, hoy no necesitamos alzador) y vamos buscando el número de la fila agachados, como si lleváramos una gran carga, hasta que damos con la fila y con nuestros asientos y, ya ahí, nos tomamos nuestro tiempo en ocuparlos (no sé si existe un nombre para definir este placer que se siente cuando puedes ocupar un sitio en el cine sin prisas), Daniel se quita el abrigo, se sienta, coge las palomitas, yo hago lo mismo con el agua, dejo el iPhone al lado y miramos a la pantalla esperando que empiecen los anuncios, la película, cualquier cosa.

Entonces Daniel me advierte de que tenemos que esperar a que empiecen a proyectar algo en la pantalla, da igual qué, para comenzar con las palomitas. Vale, le digo. Y cuando me giro hacia él, ya ha empezado a comérselas y sonríe con esa risa que nunca, nunca, olvidaré cuando le pillo. Gira las palomitas para que pueda coger unas pocas.

La película, decía, está muy bien hecha pero no vale nada. Bah. Da igual. Los dos nos vamos terminando las palomitas sin prisas mientras yo me digo : es ahora, ahora, ahora. 

jueves, 29 de noviembre de 2012

Un atardecer colateral




Un atardecer colateral : Estoy viendo un buen atardecer urbano gracias a las buenas notas de Lucía. Su profesora, apenas nos sentamos, nos dice que va muy bien. Muy bien, insiste. Y permanecemos un momento en silencio, porque nosotros nos quedamos sin preguntas y ella sin la oportunidad de exponer sus respuestas : cuando las cosas van bien, este tipo de narraciones empieza por el final. De repente reacciona y, para justificar la reunión, de una carpeta saca los exámenes del trimestre y nos va indicando pequeños errores : una falta, una suma, una contestación en un ejercicio de comprensión. Que los haya encontrado parece más un éxito suyo que un error de Lucía. Aunque se esfuerza, le falta la tensión que seguramente muestra cuando en estas primeras turbulencias advierte un horizonte de frío y oscuridad. No es el caso y ella misma renuncia a seguir con la exposición y guarda todas las hojas. Apenas han pasado unos minutos.

Al acercarme al coche me doy cuenta de que está atardeciendo. Como a estas horas suelo estar en la oficina, disfruto del momento. Nos conformamos con poca cosa en la ciudad : esa franja de sol denso que se posa sobre la carretera, presionado por un cielo ya oscurecido.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Escobas N´Mopas




Escobas N´Mopas : Empieza a caer la que puede ser la última lluvia de Noviembre, en plan canción de Guns N´Roses, así que la acepto sabiendo que, ya sé, ya sé, para fenómenos como éste se inventaron los paraguas. Como me vuelve a pillar desarmado me escondo en una zona protegida mientras espero a que terminen las clases de judo y de gimnasia rítmica.

Esperar, cuando se sabe que es solo una cuestión de dejar pasar el tiempo, es bueno.

Junto a la puerta por la que los mellizos suben cada mañana (Lucía suele ser la primera; Daniel el segundo) hay un carrito de la limpieza. Es la hora más apropiada para hacer la limpieza porque las clases no se han enfriado del todo y así la suciedad sale mejor : lo recomendaban las madres, que no dejaras que el tomate del plato se enfriara y se secara. Me las imagino de clase en clase, pasando los trapos por la mesas como si borraran de ellas el miedo, la inseguridad o los problemas que pueda tener un niño de ocho años.

Pienso en esas máquinas que este verano recorrían las playas a primera hora para dejarlas listas. Y en esas camareras que van colocando las mesas para el servicio de la cena. Y en esos platos con el tomate seco. Y en que a Axl se le fue la cabeza en algún momento.

Pienso también en que a Zidane le habría venido bien, además de las clases de gimnasia rítmica que le dieron (es algo obvio), un poco de judo para haber reaccionado frente a Materazzi de otra forma. Las puertas del polideportivo se abren y me quedo en medio, mirando de una puerta a otra, tratando de saber por cuál van a salir. 

martes, 27 de noviembre de 2012

Una tregua de noventa minutos



Una tregua de noventa minutos: El árbitro se acerca al jugador y se inclina hacia él con el gesto de un oficial japonés : las piernas rígidas, los brazos pegados al cuerpo y el silbato en la boca, como si se fuera a comunicar con pequeños toques en morse. El jugador, en el suelo, tiene la postura del que aprovecha unos segundos para descansar y no tiene mucha prisa por incorporarse a un partido que empieza a estar perdido y en el que no ha creído desde el principio porque ni siquiera se juega en casa. Parecen un padre y su hijo en medio de esa conversación que en muchas casas (en el segundo trimestre del 2012, el 53,28 por ciento de los menores de veinticinco años está en paro) se ha interrumpido en la tregua que ofrece un partido de fútbol, aunque sea tan intrascendente como éste de la Copa del Rey.

lunes, 26 de noviembre de 2012

De pesca por Suecia




De pesca por Suecia : Se ha acabado el atún, y el tomate, y el queso. Rebusco en el armario y al final encuentro una lata de skarpsill. No sé qué quiere decir skarpsill. No voy a buscarlo en google. O arenque, o sardina. Me da igual. Si sé qué IKEA quiere decir puedes fiarte : y con eso me conformo. Me parece una buena idea echarle un poco de skapsill, marca IKEA, a la ensalada que estoy preparando y para la que no he encontrado más ingredientes que la lechuga, marca lechuga.

Entonces, en el momento en el que estoy a punto de abrirla, me doy cuenta de cómo han dispuesto la anilla de la apertura para que parezca las agallas del skarpsill. De repente, todas las ideas que tenía en la cabeza en ese momento se frenan como si hubiera salido el safety car. Todas. Hasta la lechuga parece muy lejana. La que sí está ahora muy cercana es la lata, en la que me fijo y a la que le doy vueltas, física y mentalmente.

Algún diseñador tuvo esta buena idea y peleó por ella hasta realizarla, consiguiendo, como hace el buen diseño, que, en este instante, el interior de la lata esté realmente fuera. No solo las ideas se han frenado : entre ellas se cuelan, como patinadoras en un atasco, otras sobre el trabajo, la imaginación, el bueno gusto, el humor, el diseño y, finalmente, sobre el arte.

Al abrir la lata descubro una masa líquida que acabo tirando por el desagüe. Ya me lo advertía la fecha de caducidad, pero andaba entretenido con el diseño. Otra patinadora se suma al grupo que acaba de pasar. 

domingo, 25 de noviembre de 2012

El pacto




El pacto : El pacto es que ahora al entrar en el restaurante huela a fritanga; que la carta sea una hoja plastificada (Todo lo que usted puede comer / All you can eat); que ya puedas comer de buffet (pidiendo los platos que quieras a la cocina); que los camareros traigan el vino cuando llevamos un tiempo comiendo; que las raciones sean más pequeñas; que la presentación no sea la misma, que lo que te gustaría pedir lleve un suplemento. El pacto, decía, es que aceptes todo eso a cambio de un precio que nunca antes habías pagado aquí, en un oriental que era la referencia de la zona, el lujo que te dabas un domingo a la hora de comer. En resumen : Tú puedes seguir viniendo y ellos no ven las mesas vacías.

Cada uno de los pactos que vamos haciendo nos asientan, como las patas de la nave que se posa, en la superficie de una realidad de la que no sabemos absolutamente nada. Cuando todo se detenga y salgamos a explorar es probable que lo que veamos no nos guste nada.

Hasta entonces, tenemos que ir aceptando los pactos, lo sé, pero voy a echar de menos a esa mujer china, alta y elegante, que venía a vernos a la mesa para conversar un poco con nosotros. La busco con la mirada por el local mientras comemos hasta que tengo que aceptar la verdad : ella no está incluida.  

sábado, 24 de noviembre de 2012

El camino de regreso



El camino de regreso : También hay piscinas valientes, que no quieren que les pongan esas lonas para el invierno que las convierten en lápidas bajo las que yace el verano. Es sábado por la mañana, voy bastante abrigado y me quedo mirando el reflejo de los árboles en una piscina, como una radiografía del frío . El agua, inmóvil, emite un frío azul que funciona como la señal de un faro : está ahí para indicarle al buen tiempo el camino de regreso.

viernes, 23 de noviembre de 2012

¿Eres capaz de recordar unos pasos?



¿Eres capaz de recordar unos pasos? : Este lavadero de coches es muy malo. Como puedes limpiarte tú mismo el coche a base de ir echando monedas de un euro (enjabonar, limpiar y abrillantar) y dirigir el chorro que sale de una manguera, tienes la sensación de que va a quedar mejor que nunca. La lección que aprendes es que hasta para limpiar un coche hay que saber : siempre se queda una capa de polvo, inmune al agua y al jabón como algunos virus a las vacunas.

Pero hay que reconocer que, de noche, con todas las luces encendidas, es un lugar en el que se juntan prometedores arranques de cuentos. Andan rondando : el agua en el que se refleja esa luz blanca que parece espesarse alrededor de los fluorescentes, el silencio brillante, el olor a aceite, la imagen de la mujer que ha decidido limpiar justo ahora su coche. Todos son cebos para diferentes historias que acuden con cierta desgana, como si supieran que no está cerca el escritor que llegue a su altura, que sepa sacarlas a bailar.

jueves, 22 de noviembre de 2012

La mirilla




La mirilla : Me gusta la mirilla de la puerta porque da a esa zona común en la que se mezclan, como las corrientes del río y del mar, la parte doméstica y social de los vecinos : es posible acceder a su vida a través de unas palabras o unos gestos que, expuestos en el exterior, no están destinados a ti.

No solo la puerta tiene su mirilla. Todos los objetos que pueda observar poseen la suya. A veces hay que buscarla con paciencia, a oscuras. Hay que alejarse mucho de lo que tiene uno en la cabeza y quedarse solo, como en la terminal de un aeropuerto de madrugada a la espera del vuelo de enlace. Entonces, suele aparecer y al mirar a través de ella se descubren, aumentados, los detalles básicos de lo cotidiano - incluido yo mismo - con una rotundidad que sacia y justifica y calma : una tregua en la que descansar.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El almacén de recambios




El almacén de recambios : Los artículos de las tiendas de los chinos son como los peces : si los sacas de su entorno, se mueren. La ilusión de que están vivos aguanta mientras los llevas en la bolsa que te dan, igual que cuando sales de la tienda de animales, sintiendo en la mano que ahí dentro hay vida. Ya en casa, hay que tener cuidado y cogerlos con dedos de cirujano y atención de pediatra. Parecen fuertes porque han cruzado medio mundo para hacerte sentir como si tus monedas fueran de oro, pero todo es un espejismo.

La peonza discotequera es un buen ejemplo. La repartieron las madres en un cumpleaños (los chinos son parte importante de muchos cumpleaños) como si fueran caramelos con pilas sin recomendarles a los niños que, para que duraran, lo mejor era no utilizarla. Habría sido una buena lección : hacerles sentir ese pequeño chasquido de la contradicción que luego acabas encontrando por todas partes, sin la inofensiva intensidad de un juguete.      

La afirmación de un líder político de que las leyes democráticas no le pararán es otro ejemplo.

La peonza tiene forma de platillo volante, no pesa y es transparente. En la parte central, a modo de motor, lleva tres pequeñas pilas, una encima de otra. Si se aprieta un pequeño interruptor, se encienden cinco pequeñas bombillas. Hasta aquí todo va bien, pero lo que hace de este objeto algo puramente chino es que las luces cambian aleatoriamente de intensidad : es una fiesta portátil.

Le pido a Daniel que me enseñe la suya pero no le cuento que la balanza comercial con china es tan desfavorable para nosotros porque basan su producción en una clara política de ahorro de costes que abarca tanto a los materiales como a la mano de obra y que, dentro de esa mano de obra, el ajuste no se produce solo vía coste unitario (salario/hora), sino, también, por las unidades aplicadas (personal), lo que hace que muchas veces se considere excesivo aplicar un plan de control de calidad que pudiera, ya no eliminar, sino por lo menos limitar, los posibles errores que el resto de las variables va a provocar. No se lo digo y al girar demasiado la llave que le da cuerda a la peonza, ésta se rompe. El sonido que hace algo que se rompe es igual en chino que en español.

Vaya.

Pero pronto recuerdo que en una casa con mellizos abundan los recambios. Si uno se olvida el libro en el colegio, el otro se lo puede dejar. Si uno se queda sin calcetines limpios, ahí está el otro para solucionarlo. Así que, sí, hemos roto la primera peonza, pero nos queda la de Lucía. Ella, además, ha visto lo que ha pasado y ha aprendido la lección. Con mucho cuidado, le da cuerda a la suya y la suelta en el salón, donde hemos apagado las luces.

El resultado es espectacular. Una espectacularidad doméstica, pero efectiva. El canto del cisne de la peonza.
              

martes, 20 de noviembre de 2012

Tres formas de hacer un nudo




Tres formas de hacer un nudo : Con todo lo que hoy ha sucedido, aparentemente trivial, un buen escritor escribiría un libro. Para hacerlo, debería partir del hecho de que las probabilidades de que las cosas hayan sucedido así eran mínimas, que lo sorprendente es que, cavando un poco más, las cosas, simplemente, sean. Ese debería ser el camino, pero lo seguimos en sentido opuesto.

De ese libro, claro, hoy no queda nada. Entro en casa con la impresión del que llega tarde al mercado y se encuentra con las cajas de la fruta amontonadas en la parte trasera de los puestos. En la madera hay manchas de las fresas que esta mañana quedaban expuestas y que se ha llevado otro.

Pero poco antes de acostarnos María me cuenta, sin una conversación previa que lo justifique, que hoy los mellizos han aprendido qué es el nudo de una narración. Me hubiera gustado escuchar sus explicaciones y ver en sus caras si le daban o no importancia al descubrimiento.

Supongo que les habrán hablado de las narraciones. Es un buen punto de partida : con el tiempo espero que aprendan que es ese mismo concepto de nudo lo que hace interesantes a algunas personas y significativos a algunos objetos. En la repisa del cuarto de baño, por ejemplo, veo el vaso de Daniel con su cepillo y sus pinceles. La cámara de fotos puede ser una buena detectora de nudos.  

lunes, 19 de noviembre de 2012

Corta y pega




Corta y pega : Veo al Rey Juan Carlos envejecer rápidamente. El tiempo, hasta ahora controlado, parece exigir de golpe su tributo, como el jugador que, tras unas manos tranquilas, se impone con unas cartas ganadoras y se lleva las fichas de salud que hay en la mesa. Entre una imagen y otra pueden pasar semanas, pero la distancia entre ellas parece mucho mayor.

También nuestros Reyes Magos se han hecho mayores. En las cartas de este año, por ejemplo, les vamos a pegar ya las fotografías de los regalos que tienen que traer. Antes tenían la cabeza en su sitio y eran capaces de identificar el juguete preciso casi sin pistas. Por eso eran magos. Pero estas Navidades ya me los imagino cansados, con mala vista, y algo desorientados. Es normal : seguramente sean ya las últimas en las que estén ahí para leer las cartas. Los echaré de menos, claro, pero, sobre todo, estas cartas en las que los mellizos cuidaban tanto la letra, como si todos los ejercicios del año hubieran sido solo borradores. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

Llevamos las bicicletas a la gasolinera




Llevamos las bicicletas a la gasolinera: Me doy una vuelta por esa música que las sucesivas olas del tiempo han acabado trayendo a la orilla de las rebajas a cinco euros. No dejo de pensar en un ordenado naufragio mientras voy pasando las carátulas con dedos rápidos. Oferta eres y en oferta te convertirás, me digo, pero mantengo la ilusión de encontrar algo que llevarme. Al ser consciente de que pretendo aprovecharme de la desgracia, mis dedos se convierten en los del cobarde que recorre el campo de batallar para arrancar anillos, cortar bolsas con monedas e inspeccionar con cuidado las muelas de aquellos que ya no las van a necesitar. Pero así es la vida, les digo a mis dedos, no le demos más vueltas.

No encuentro nada que me llame la atención. La mayoría son grupos españoles con trabajos en los que sólo destaca un tema que, como el gancho de una percha, les permitió colgarse a la actualidad unas cuantas semanas. Paso las carátulas repetidas hasta que doy con una que me llama la atención. Es el “Kind of blues” de Miles Davis. Primero tengo la intuición de que debo prestarle atención, que deja paso a la sensación de que va a merecer la pena comprarlo y, por último, al recuerdo de unos artículos que leí sobre este trabajo hace unos meses, cuando se conmemoraba que se conmemoraba algo relacionado con la conmemoración de este disco. Cinco euros.

A pesar de todo, me lo pienso un poco. La edición es barata, como todos los demás discos compactos : una caja de cartón sin apenas información. Leo un poco la letra pequeña que viene detrás. Y la letra pequeña dice :

“If this is your first encounter with Kind of Blue, be forewarned that it´s like lo become an indispensable part of your life”

Me gusta la rotundidad con la que se vende a sí mismo el CD. Exceptuando esta zona, gran parte del resto del hipermercado está ya dedicado a la Navidad y sus frutos, que, en forma de juguetes, cuelgan de los expositores. No tiene que esforzarse en venderse porque ya sabe que la vamos a comprar de nuevo. El catálogo de juguetes no es más que un inventario a color con textos que parecen escritos bajo la tutela del BOE. Es una lástima que nadie se preocupe de tantas frases flácidas.

“If this is your first encounter with Kind of Blue, be forewarned that it´s like lo become an indispensable part of your life”

Hace unos meses llevamos las bicicletas de los mellizos a la gasolinera y ahí inflamos las ruedas. Fue un placer sentirlas duras de nuevo, desafiantes. Las dejábamos caer contra el suelo y botaban con la energía de un potro deseando salir a correr. Esa misma impresión tengo con esa frase, por eso al final me acabo llevando el CD, con ganas de incorporar a mi vida algo que se anuncia indispensable.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Fútbol a palo seco




Fútbol a palo seco : Del hombre de quien menos me lo espero, el vecino del Bernabéu que empieza todos los partidos con un copazo en vaso alto de plástico, me llega la pista de por dónde evolucionará el fútbol : hoy se presenta con una tableta en la que ponen el partido que se juega unos metros más abajo. La evolución que comenzó con la radio en el bolsillo y el auricular en la oreja, ha llegado a su fin en este momento.

No seré yo quien critique este nuevo paso porque me cuesta quitar la vista de la pantalla. El partido que abajo se ve mate, un tanto monótono y a granel, se convierte en esa pantallita en algo brillante, ágil y, sobre todo, seleccionado : como la muestra que se ofrece en una tienda de delicatessen. Alguien mira por ti y todo lo que te ofrece parece contener la pista necesaria para interpretar bien el partido, permitiéndote ver repetidas las jugadas más importantes.

Gentes de bien como Gistau o Jabois se quejan de que el Bernabéu, en sus partidos de gloria, transmite la euforia de un aparcamiento vacío. Eso es cierto, pero, dándole vueltas al tema de la tableta, creo que el problema es que, en el fondo, venimos al fútbol a ver si encontramos lo que ya nos enseña la televisión. A base de presentar jugadas con el estilo de Matrix, gotas de sudor congeladas en el aire, aficionados ondeando banderas como solitarios Robinsones que divisaran un avión, música empapada de épica e interpretaciones exhaustivas de cada gesto con el ansia del que rebaña el fondo del yogur, uno acaba desorientado,  creyendo que el fútbol es eso y que solo es sexo lo que le enseñan en el porno.

Quiero decir que si antes la televisión seguía al aficionado del estadio para aprender de él, ahora es al revés y el seguidor tipo (yo mismo valgo) se presenta aquí buscando algo, pero no sabe muy bien el qué. Se dice : hoy viene el Athletic, será buen partido. Y organiza la noche para acercarse, y se coge el metro, y se mezcla con la gente y se sienta en su sitio bien dispuesto. Entonces sale el Athletic y el Madrid y el Madrid le mete cinco al Ahtletic y el Athletic le mete uno al Madrid y uno celebra los goles, pero entre uno y otro se da cuenta de que echa en falta el murmullo continuo de los partidos en la Play y los detalles de lo que el ojo no ve y se siente solo. Si la economía virtual se ha comido a la real, con el fútbol puede decirse que ha pasado lo mismo y los que critican al Bernabéu por su silencio tal vez sean incapaces de ver que éste sea uno de los primeros campos en reflejarse esa evidencia, agotadas las celebraciones del terruño, que tanto unen. Tal vez es que el futuro sea así de silencioso.

La única solución sería que los viejos aficionados, los que estaban acostumbrados a ver a los defensas con bigotes de bandoleros, enseñaran a las nuevas generaciones que antes del sexo debe haber amor, por lo menos un poco, y que no es que este fútbol en vivo sea mentira, es que lo que se enseña ahí fuera no es verdad. Pero si ellos, la vieja guardia, empiezan a aparecer por aquí con la tableta ya conectada, es que no hay nada que hacer.

Afortunadamente, en el partido de hoy hay dos momentos en los  que da igual si uno los ve o no a través de una pantalla : son los dos goles que Benzemá, al que no se le ve muy triste, mete con una facilidad que te pone de buen humor. Ese tipo de gol que te dice : sonríe, que siempre hay una manera distinta de resolver las cosas. 

viernes, 16 de noviembre de 2012

Entre margaritas




Entre margaritas : Equipaje básico que Lucía lleva en su bolso para el viaje en metro : unos marcadores de página unidos con una goma, un lapicero normal, otro rojo, cuatro rotuladores (amarillo, rojo, verde y negro), otro lapicero grueso que guarda dentro varias gomas y un cuaderno para dibujar.

Nombra cada objeto conforme me lo enseña. Después lo devuelve todo al bolso y se queda con el cuaderno, que abre para mostrarme un patrón que está dibujando. Se trata de un vestido repleto de margaritas.

-Quitando las tres que hizo mamá, ¿cuál es la que mas te gusta?
-Esta.
-No

Me señala otra, la que, según ella, más se acerca al concepto de margarita que tiene en la cabeza. Sí, puede ser. Después se desentiende un poco de mí, pidiéndome que siga sin sacar el iPhone, y dibuja las que les quedan : un círculo central y las hojas. A pesar de que el vagón se mueve, mantiene buen pulso.

Saca el rotulador amarillo y empieza a marcar cada margarita en el centro. Un punto preciso. Una vez que termina, coge el rotulador rojo y comienza a pintar las hojas. De vez en cuando se detiene para mirar, sin pudor, a alguien que entra en el vagón. Me fijo en que suelen ser quinceañeras a las que evalúa de arriba abajo con total atención : el rotulador se queda suspendido en el aire.

Cuando llegamos a Tribunal, el traje ya está totalmente coloreado. Unos aprovechan el camino para recoger flores. Nosotros, para plantarlas.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Un homenaje al Fairy




Un homenaje al Fairy : En el recipiente de metal, junto al fregadero, hay un Scotch-Brite marca Hacendado, unas Nanas marca Hacendado y una Vileda marca Hacendado con restos de Fairy marca Fairy. ¿Por qué soy fiel al Fairy, habiendo Fairy de otras marcas? Por el anuncio : use como lo use, siempre me viene la misma imagen a la cabeza.

Al lado del recipiente hay una botella vacía de vino. No siempre, como ahora, se trata de un Pruno, claro. Normalmente es un Ribera (o no) que suele rondar los seis o los siete euros (esto sí). Me gusta ver la botella vacía y recordar algo del sitio en el que la compramos. Esta, por ejemplo, la adquirimos en la propia bodega. Sólo vendían tres por persona. Ayer abrimos ésta con el cuidado con el que uno pide el primero de los tres deseos. Hicimos un hueco en medio de la rutina, como policías cercando una zona con cinta, y en medio plantamos la botella. Al lado, un plato con jamón serrano. Parecía un picnic en medio de la cena. Un brindis ligero y los mellizos con sus platos. Sólo nos faltaban las gafas de sol y el sonido de alguna gaviota al final del pasillo. Que si está bueno, que si el jamón ayuda, que si el tal Parker sabe. Al otro lado de la cinta, el reloj, los exámenes de los mellizos y creo que hasta nosotros mismos, en esa versión desgastada como Scotch-Brite apurado hasta el final, a la que no hicimos mucho caso.

En el anuncio de Fairy, se ve cómo una gota verde es capaz de hacer retroceder la grasa hasta los bordes del recipiente, dejando una superficie redonda y limpia en el centro. Ya está demostrado que algo parecido hace con el día la copa de vino en la cena si uno sabe cómo bebérsela.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Remedios caseros




Remedios caseros : En la mesa de la terraza, encima de un periódico, tenemos varias figuras de arcilla esperando a que se sequen. La verdad es que ya están duras y que podríamos recogerlas, pero me gusta asomarme y fijarme en ellas. Es como una llamada a las musas : eh, mirad lo que hacemos aquí, entrad, entrad.

Al lado de esa mesa suelo dejar los zapatos. También parecen un reclamo para que, ya puestos, alguien coloque algo dentro. Siempre funciona : por las mañanas me calzo ahí mismo, sintiendo en ellos el frío que la noche ha dejado. Esa sensación en los pies, combinada con las figuras de arcilla, le arrancan al día, antes de que eche a andar, parte de su supuesta gravedad. Extraño, pero efectivo.  

martes, 13 de noviembre de 2012

Al principio no fue el verbo




Al principio no fue el verbo : Cuando todo esto pase (25 años empiezan a decir algunos economistas), alguien repasará la programación infantil de ahora y se sorprenderá : ¡Qué coño les ponían!. La máxima de que menos es más adquiere más sentido cuando es evidente, viendo lo que emiten las cadenas infantiles, que más es menos.

Hay que mantener las cadenas emitiendo, la caldera a máxima producción, a pesar de que nadie haga de maquinista ni se sepa hacia dónde se va. Un tren de mil vagones que pasa varias veces por la misma estación y que se dirige hacia un acantilado.

Primero intento razonar con los mellizos : “Esto es mierda”, argumento. De verdad que me esfuerzo, pero me quedo ahí, me agota demostrar lo evidente. Cada serie que se estrena es una nueva justificación para que la siguiente, viendo que todo está permitido, se sumerja más en la ciénaga : si el vídeo mató a la estrella de la radio, la tecnología ha aniquilado a la estrella del guión.

“Chowder”,”Hora de aventuras”,”El asombroso mundo de Gumball”,”Chum Chum & Fan Boy”, “Bob Esponja”, “Jessie”, “MI niñera es un vampiro”, “Shake It Up”

Es entonces cuando, viendo que con los argumentos no llego a ningún lado, echo mano de los actos. Retrocedo unos noventa años y preparo un ciclo de cine en blanco y negro. Primero, el Gordo y el Flaco. Películas cortas, mudas, con letreros en los que se presentan breves diálogos. Al principio les parece raro, pero intuyen que ahí detrás, en los orígenes del cine, había algo que parece perdido : un cierto esfuerzo, cierta intención. Cumplido este trámite, y viendo que aceptan el código que imponen las películas, tan alejado de lo que están acostumbrados a ver, pasamos a Harold Lloyd.

Si las películas del Gordo y el Flaco avanzan a sacudidas, como esos coches que ellos mismos conducen, en el mundo de Harold Lloyd todo fluye con una elegancia optimista, de cuando el futuro parecía una línea recta que se podía seguir. A veces la historia se puede torcer, pero nunca es nada tan grave que el ingenio no pueda arreglar. En esos momentos lo que Harold Lloyd dice es : sé como yo. Piensa un poco, elige una buena idea (siempre hay una si sabes verla) y realízala sin pensarlo. ¡Lánzate, confía en ella!

Hoy seguimos viendo “El hombre mosca” (Safety last!), con esa famosa escena en la que sube la fachada de los almacenes en los que trabaja para conseguir los mil dólares que ofrece el director a la mejor idea para atraer gente. Todo ese ascenso es una preciosa metáfora : la obligación inesperada cuando el amigo que iba a subir tiene que huir del policía, la promesa de que sólo se trata de un piso más, los distintos encuentros por las ventanas, la tensión cuando se agarra al reloj, los problemas con las palomas, la red que le arrojan a la cara, la advertencia de la anciana y el beso final con la novia en la azotea, después de estar a punto de caer cuando pensaba que lo había logrado.

Los mellizos la ven con atención. Ponerles esta película es algo que justifica el día. Después les pregunto qué les gusta más, si el Gordo y el Flaco o Harold Lloyd.

-¡Harold Lloyd!

No todo está perdido. Más allá del ruido, el color y la velocidad, al principio, hay vida.  

lunes, 12 de noviembre de 2012

Dunas de chocolate




Dunas de chocolate : No sé exactamente de qué hablamos. Unas notas que han recibido hoy. Un dictado que han hecho. Unas anécdotas sobre unos amigos. Las clases con flauta.

Avanzamos lentamente por la calle porque es la hora en la que se apagan las luces de las oficinas y los coches salen de todos los garajes. No hay prisa. Los coches parecen cansados, como los conductores.

Yo tampoco tengo prisa. Hoy no toca baño y los deberes que quedan, me dicen, son fáciles. Acabo de recogerles de las extraescolares y están merendando. Primero me llega el olor del chocolate de las galletas de Lucía, como esa arena que el viento hace avanzar por las dunas de la playa. Algo leve, por rachas. Después, el del chocolate del bollo de Daniel, que avanza lentamente, con la densidad y la rotundidad de la lava de un volcán, cubriéndolo todo a su paso y anulando cualquier oposición.

Me entretengo en esos dos olores. No hay prisa. Las luces de las oficinas. Los coches.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Geometría como refugio




Geometría como refugio : En el restaurante griego en el que estuvimos ayer, las paredes estaban decoradas con botellas y latas dispuestas con precisión farmacéutica. Te sentabas, pedías la comida, la disfrutabas, les decías a los niños que comieran, charlabas y pagabas envuelto en un orden geométrico que te hacía sentir protegido, más mental que físicamente.

Esta tarde, en la sección de lácteos de Carrefour, veo los yogures griegos colocados con idéntico esmero. En el dibujo aparece un busto clásico, como si se sugiriera que, además de físicamente, te pudieras alimentar mentalmente.

Si desarrollara el hecho de que las latas del restaurante estaban vacías y que es probable que los yogures no ofrezcan un producto con denominación de origen, acabaría alejándome, aunque tuviera sentido seguir ese camino, de lo que me atrajo en ambos casos : ese orden externo que se levanta como refugio cuando todo en el país parece venirse abajo.

Entiendo ese esfuerzo porque yo también coloco cada post, con su fotografía y su texto, con el mismo cuidado e intención. Uno al lado del otro. 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Las cuatro estaciones




Las cuatro estaciones : Nunca había pensado en las estaciones como capas superpuestas. Esa manía de excluirlas por una cuestión de calendario. Fer y yo estamos sentados en una terraza en la plaza de Fuencarral, disfrutando de una improvisada soledad : las mujeres están viendo zapatos en una, en otra, en otra tienda en Augusto Figueroa. Los niños han aceptado el juego de ir y preguntar, en esa tienda, por ejemplo, cuál es la zapatilla más barata. Corren de un lado a otro.

Y es en ese momento de tranquilidad cuando me doy cuenta de que ahí están las estaciones, juntas. El verano, en estos yogures helados que rebañamos (lo que han dejado los niños); el invierno, en el calor que desprenden las estufas sobre nuestras cabezas; el otoño en esa lluvia inofensiva, indecisa, que, encima del toldo, cae un rato, se lo piensa, vuelve a caer. La mezcla de las tres provoca ese optimismo tranquilo de los primeros días de la primavera.

-¡Treinta y cuatro euros! – gritan los niños al volver.
-Id a esa cafetería y preguntadle su nombre a la camarera.

No es solo eso. Basta con fijarse un poco para darse cuenta de que la gente lleva su propia estación encima. 

viernes, 9 de noviembre de 2012

Quijote 1 - Cervantes 0




Quijote 1 – Cervantes 0 : En Alcalá de Henares la imagen de Don Quijote está en todas partes. Al doblar una esquina uno puede encontrarse en una pared un gran dibujo en el que se lo ve con Sancho. Representarlos es bastante fácil porque basta con mostrar a un tipo alto y delgado y a otro bajo y gordo. En el Quijote había imagen de marca.

La presencia de Cervantes, por el contrario, está más oculta. En el edificio en el que nació, conservado con el celo del coleccionista que termina su casa de muñecas, no son muchas las referencias. Parece el decorado de algún capítulo de una serie inglesa y lo sorprendente es que de ese ambiente de mujeres (dos hermanas, una madre, una tía y una prima), surgiera un Cervantes y no una Emily Dickinson. Da la impresión de que la propia ciudad quería una poetisa de encajes y, contrariada, aceptó al novelista soldado con cierta desgana que ha llegado hasta nuestros días : en el banco que hay a la entrada están colocadas dos estatuas del Quijote y Sancho, no un busto de Cervantes, que habría sido más apropiado. Y, por si esa humillación fuera poco, la ciudad se cubre estos días de unos carteles en los que, como si ahí el español ya no interesara, se anuncia el Alcalowcost, una feria del sector inmobiliario, con aire de todo a cien, dedicada a pisos y casas en oferta que puedes comprar por las buenas ahora o, más tarde, por las malas, a través del Sareb.

Está claro que mis simpatías van con Cervantes porque el Quijote es un tipo al que todavía no sé cómo acercarme. Que Dostoievski, que admiraba el libro, me perdone, pero, hoy por hoy, no me interesa. Dicho está. Lo ha agotado todo el merchandising (mercantil e intelectual) que lo ha utilizado. Cervantes, en cambio, es otra cosa. Me gusta esa mezcla de hombre de letras y de acción, a lo Hemingway, que se gastaba, tan lejos de todos estos escritores actuales de Facebook y Twitter.

Así que, de tomarme un vino como éste, un “Campo de Cantabria”, en el bar “Tempranillo”, preferiría tener a Cervantes al lado. Pero el lugar en el que se sentaría , enfrente de mí, está ocupado por Daniel y él, claro, tiene preferencia. La camarera, como tapas, ha traído cuatro vasos pequeños llenos de cocido. Recién hecho. Daniel se sorprende de que hasta tengan trozos de carne. Disfruta cada cucharada que se lleva a la boca. ¿Para qué ser padre?. Pues para esto, para no dejar de mirarlo. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Perdido en el valle




Perdido en el valle : En la pantalla de la izquierda, en un programa dedicado a las Copas de Europa, aparece Zidane realizando varias de sus jugadas más conocidas. Verlo es sentirse en casa.

En la pantalla de la derecha, en un resumen del partido del Celtic de Glasgow contra el Barça, van pasando todos esos momentos en los que el Barça estuvo a punto de marcar. Vaya. Casi. ¡Pero no!. Me cuesta saber si me gusta más ver los goles del Celtic o los errores del Barça.

Es evidente que, a veces, a quien se levanta un poco antes y se hace el zumo y se dice, vamos a preparar la bolsa sin cavilar, que si pensamos aparece una razón para no ir al gimnasio, a ése que mete la muda, las dos toallas, el pantalón y la camiseta, a ése que se baja al parking y se sube al coche sin darse cuenta de que todos los demás coches están ahí porque sus dueños duermen un poco más y andarán más descansados, a ése que se da cuenta (tarde) de que debería haberse puesto un abrigo aunque el trayecto desde el coche al gimnasio sea corto y mira el reloj calculando el tiempo que puede estar ahí, a ése, en fin, que no se enrolla demasiado con el encargado con ganas de hablar de la última película que ha visto; a ése, decía, a veces, como hoy, Dios le ayuda.

A la izquierda, pues, Zidane. A la derecha, resumiendo, el Barça perdiendo. Una buena combinación que es probable que muy poca gente esté viendo. Sudar, esta vez por lo menos, es algo bueno. Sé que me engaño y que estoy comparando épocas distintas. Sé que el Celtic recibirá goles en el partido de vuelta como para que el resumen que se haga del partido dure más que él. Sé que si sigo añorando al gran Sisú es porque todavía no hay reemplazo. Sé que este consuelo tiene algo de infantil. Sé que en el navegador madridista no aparece todavía el camino hacia la Décima. Todo lo sé y no me importa : el caso es que ahí estoy, sin saber si fijarme en la pantalla de la derecha o en la de la izquierda o al revés. Hay mucho que mirar y basta que me decida por un lado para que sospeche que lo interesante esté en el otro.

Faltaría esa visión integradora, capaz de unificar tanto la derecha como la izquierda, para combinarlas en un todo. Como ocurre muchas veces en la naturaleza. Y en otras partes del gimnasio donde de un vistazo lo acaparas todo.   

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un día con prórroga




Una día con prórroga : Todos los mandamientos de este blog se reducen a éste :

“Y entonces un hombre de unos cuarenta o así me preguntó, con acento francés, “¿Cómo adquiere usted la presencia de ánimo necesaria para iniciar la composición de un poema?”. Y algo se descerrajó en mi interior, y por fin dejé de atesorar mi secreto más útil y se lo revelé. Es el único secreto que nunca ha dejado de ayudarme durante todos los años que llevo escribiendo. Dije, “Muy bien, se lo voy a decir. Me pregunto algo sencillo. Me pregunto : ¿Cuál ha sido el mejor momento de tu jornada?”. Lo que en ello había de maravilloso, les dije, era que esa mera pregunta tiene el don de entresacar de mi vida exactamente aquello sobre lo que me va a apetecer escribir un poema”

“El antólogo”, Nicholson Baker, página 220.

El reto de este blog es demostrar que es cierto, que ese momento está ahí. Y, con mayor o menor acierto, siempre lo he encontrado. Excepto hoy. Hoy ha sido un día negro : como hacer fotografías con la tapa puesta. Hoy, he de reconocerlo, ha sido imposible.

Hoy, pensaba, no he estado a la altura de Nicholson Baker.

Y estaba triste (y jodido)

Pero a veces el día se gana en la prórroga. Ahí está de ejemplo el gol de Ozil que ayer se coló entre las agujas del reloj que se iban acercando y reduciendo el espacio, como una portería que se fuera achicando. Hay que esperar y tener paciencia : esto lo añado yo, como becario experimentado de Nicholson, a su texto.

Porque mañana, en una conversación en el salón, Daniel me cuenta algo que ha sucedido hoy (y a lo que, legalmente, le voy a poner fecha de hoy) : en las pruebas del coro de su colegio, un amigo ha cantado el tema del anuncio de los palitos de queso de "La vaca que ríe". En el coro, claro, no le cogen. Daniel, apoyando los dos codos sobre la mesa y agarrándose la cabeza con las dos manos, escenifica el enfado de su amigo al terminar la historia.

Palitos la vaca que ríe
Dipear en queso gusta un montón
Un, dos, tres
Ya no lo ves
Este queso qué rico es
La vaca que ríe

Parece una escena sacada de un capítulo del Pequeño Nicolás. Me empiezo a reír y no puedo parar. Sé que, en el fondo, es un poco triste : también hay pájaros que empiezan a imitar las melodías de los móviles. Es un poco triste, vale, pero muy gracioso : en mi cabeza se mezclan los dibujos de Sempé, la melodía de la canción, el escenario y, sobre todo, las caras de los expertos, tratando de contener las sonrisas y las lágrimas. A partir de ahora, cuando escuche ese título, no me imaginaré a Julie Andrews bailando por las praderas, sino a un niño en un escenario cruzado de brazos con una nube negra encima de él.

La fotografía no es de hoy, sino de mañana. La hice por accidente pero hasta ese error se puede aprovechar para que, ya puestos, represente el escenario.

martes, 6 de noviembre de 2012

La báscula de papel




La báscula de papel : Al escuchar el despertador no me engaño : hoy me espera un día de mierda, entendiendo mierda como la sucesión de temas administrativos que tengo por delante en el trabajo. Como la mierda no va a cambiar, intento hacerlo yo, colándole a mi ánimo mensajes optimistas con el cuidado con el que le metería una margarita en el cañón a la Magnum de Harry el Sucio.

Vaaserunbuendiavaaserunbuendiavaaserunbuendia y en este plan.

Cuando abro el buzón antes de irme al trabajo, veo que mi optimismo ha puesto un huevo con la forma de un sobre cuadrado. Reconozco la letra y sé que lo que hay dentro es un libro que me mandan desde Burgos, que es una ciudad que no tiene equipo de fútbol en primera, pero ahí está. Abro el sobre y me encuentro con un libro muy bien envuelto, qué coño va a desaparecer el libro de papel con envoltorios así. Los de Santiago Rodríguez saben lo que se hacen. Quito el papel con mucho cuidado y paciencia : no es que yo vaya tan despacio, es que el mundo, en general, ha triplicado por tres su velocidad. Lo que era una semilla al abrir el buzón es ahora un pino bien crecido cuando descubro el libro. Roberto Juarroz. “Poesía vertical”.

Abro el libro al azar para que se presente : “Filtrarse en la sustancia más nocturna del árbol y aprender la fidelidad de la materia a la materia”. Un verso que me sitúa, como cuando, perdido entre callejuelas, al final de una descubrimos un elemento que reconocemos.

El día, laboralmente hablando, es una mierda, pero el libro, del que leo algunos poemas en el trabajo, es una referencia con la que comparar el resto de las cosas y descubrir su valor. Esto tiene peso. Esto no. Más allá de lo que el libro cuente, me sirve para recordar lo que es un regalo. Básicamente, algo que se compra porque se encuentra, sin que se busque, sin que haya una fecha que obligue a ello, sin prisas por entregarlo, sin la obligación de exigir una respuesta, sin una razón clara. Algo que se recibe de forma inesperada, que no se sabía que se necesitaba, que no demanda un rápido agradecimiento, que concede su tiempo para ser valorado. Algo, en fin, que se entrega sabiendo que el otro lo está buscando aunque desconozca que exista.

“Lo visible es un adorno de lo invisible”.

La mierda en el trabajo va desapareciendo; en parte, disuelta por frases como ésta.  

lunes, 5 de noviembre de 2012

Un paso más hacia la independencia



Un paso más hacia la independencia : Los mellizos estrenan hoy sus despertadores. Cada uno a su manera. Daniel, después de escuchar cómo suena el suyo, un modelo clásico, el Ford T de los despertadores, me pide que le quite el sonido : combinará la hora del despertador con el método tradicional (recibir un beso en la mejilla, escuchar qué día y envolverse en el anuncio de un cumpleaños o una película). Así lo hago. Lucía prueba el suyo, una especie de conejo Tamagotchi, y, encantada con el resultado, (una mezcla de avisos sonoros con la potencia que se debió escuchar en Fukushima seguidos por una canción de serie de heroínas japonesas) me anuncia que ya no me necesita por las mañanas. ¿Ni beso? Ni beso. ¿Me asomo?. No. No me tomo sus indicaciones en serio y cuando abro la puerta esta mañana me pregunta, gritando, qué es lo que hago. Cierro la puerta con cuidado y me alejo caminando de espaldas, haciendo pequeñas reverencias, suplicando clemencia, pidiendo perdón.

domingo, 4 de noviembre de 2012

A punto de florecer




A punto de florecer : Realmente, las perchas dan sus mejores frutos en invierno. Estas, por ejemplo, parecen unas pechas muy sanas a las que sólo hay que trasplantar a un armario espacioso y abonar con las fotografías de unas cuantas revistas de moda para que les crezcan unos buenos abrigos. Les tengo que decir a los de IKEA que su verdadero sitio está en la sección de jardinería.

Les tengo que decir, ya puestos, que es muy práctico que en la sección de perchas todo esté relacionado con las perchas, pero que resulta algo aburrido. El mayor problema de IKEA es su gran virtud : que todo sea tan literal.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Figuras de una exposición




Figuras de una exposición : Esto es lo que pasa si haces las cosas sin convicción : cuando el miércoles pasado vamos a Carrefour a comprar unos disfraces de Halloween, los empleados ya están desmontando los expositores. Hay poca paciencia en Carrefour, me digo. Los mellizos tienen que replegarse porque tres hombres muy eficientes van guardando en cajas las falsas calabazas, los falsos esqueletos, los falsos colmillos. Ellos están desorientados y yo un poco abatido al ver que se les reduce la oferta y se les acaba el tiempo. Acabamos encerrados en una esquina, echando en el cesto unos adornos para colgar. Les digo que nos vayamos corriendo con nuestro botín antes de que nos lo confisquen.

En El Corte Inglés tienen más paciencia. Nos pasamos por allí esta tarde y vemos que todavía tienen montado el puesto. Es, exactamente, esto : la oferta de Halloween para los que no lo han celebrado y deciden a última hora que sí, que bueno, que tampoco está mal ponerse un traje de huesos. Si la situación económica fuera otra, seguramente no harían este esfuerzo para rebañar clientes como nosotros. Pero cada euro cuenta. Daniel se decide por un traje de esqueleto con huesos blancos. Lucía, por otro de huesos rosas, claro.

Así que tenemos dos esqueletos cenando con nosotros. A los esqueletos les gustan las salchichas y el zumo de naranja y la pizza. Como es Halloween, no le decimos nada a Daniel cuando se llena de ketchup el plato. Como es Halloween, tampoco le decimos nada a Lucía cuando se dedica a dibujar figuras y a pegarlas con celo por toda la casa: es como pasearse por su cabeza en una particular jornada de puertas abiertas. 

viernes, 2 de noviembre de 2012

La casa del Gran Chejov




La casa del Gran Chejov : Salgo del teatro diciendo que voy a hacer un Chejov. Es muy fácil. Basta con reunir a un grupo amplio de personajes en una casa de campo, cerca de un bosque, un lago al que ir a pescar o una montaña : naturaleza, vamos, de la que se hable pero no se vea y que esté de fondo, sin molestar, convirtiéndose en simple campo conforme se acerca a la casa. Es recomendable que los personajes sean de distintas edades, profesiones, cultura, clase social, físico y hasta tono de voz. Una buena mezcla que tiene que convivir junta unos cuantos días por cualquier tontería : que si una obra de teatro, que si un cumpleaños. Cualquier cosa, ya digo. Una vez reunidos, es importante que todos se encaprichen de quien no deben y que se sientan muy lejos del que les haya tocado como pareja. Esto es el motor de todo. Ese amor (ese sexo) inalcanzable, ya se sabe, como símbolo (esto es Chejov) de lo que no se puede ser. Los sentimientos tienen que mostrarse bien visibles, quizás demasiado, no importa, y deben ocupar casi todo el espacio en los diálogos. No se sabe muy bien por qué, pero a todos esa manera de hablar les parece muy apropiada y quien más, quien menos, tiene algo que decir al respecto. Comparten la misma pájara. Volviendo a la casa, ésta debe ser grande, pero toda la acción debe representarse en el salón, con breves menciones a lo que pasa más allá de las ventanas y las puertas : habrá caballos, y un lago, y un escenario y  Mozart y mucho más, pero ya dentro de la cabeza del que lo observe. No es un musical, así que nadie va a levantar la mano si el escenario no cambia. Puedes decir, con un tono irónico, vaya derroche, pero es que esto es un Chejov.

Con estos elementos, si no tienes cuidado, es bastante probable que lo que te salga no sea “Los niños se han dormido”, sino “Gran Hermano”. Bien mirado, la diferencia es bastante poca y hay que trabajar con cuidado desde el principio. Para que lo que hagas no acabe en Tele 5, sino en el Matadero, en la sala 2, es importante añadir dos consejos más.

El primero, que todos los personajes tengan nombre ruso. Parece una tontería y lo es, pero funciona como si fuera un tema serio.

El segundo es crear monólogos de los que subrayarías todas las palabras. Esto es lo más complicado. Para esto ya no se puede hacer de Chejov. Hay que serlo. Parecía tan fácil.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Maniquíes de largas pestañas




Maniquíes de largas pestañas : Tres veinteañeras sudamericanas se suben al metro. Van muy maquilladas, van muy poco vestidas. Son como un texto en mayúsculas. Una se queda de pie mirando por la ventana :

-Ése no vuelve a comerme el coño
Otra
-Eructo y me sabe todavía a alcohol.

El término gótico debería abarcarlas también a ellas, porque no hay parte de su cuerpo que no esté recargada.

En otra estación entra un grupo de italianos con maletas y planos en las manos con la M de McDonald´s. Me gusta oírles hablar italiano : me produce el mismo efecto general que esas pastillas que te eliminan la irritación del estómago. Podría seguirlos por los túneles del metro como la cola de una cometa.

Daniel aprovecha el viaje para dibujar un piano y su silla y se atreve con el pianista. Añade unas notas musicales. Tanta meticulosidad hace que el viaje pase muy deprisa. No debía aparecer “Tribunal” tan pronto, pero ahí está.

Bajamos en Tribunal para poder ver los libros expuestos en “Tipos Infames”. Daniel dice que tiene hambre y que quiere probar un gofre. Lucía dice que tiene hambre y que quiere un cruasán. Repaso los libros rápidamente con el trazo del profesional que limpia eficazmente el cristal. Venga, vamos, les digo. Venga, vamos, me digo.

Vistos los libros, el plan es bajar hasta el Horno de San Onofre para comprarle su cruasán a Lucía. Mientras caminamos por Fuencarral pienso que cambiará de opinión al ver más bollos expuestos. Me dice que tiene hambre y tengo que vencer la tentación de entrar en un chino a por un donut. Eso no sería tradición. Un cruasán en el Horno de San Onofre, sí.

Pero pasamos por delante de Oomuombo, la tienda de chucherías suecas. A los mellizos les gusta fijarse en las golosinas, a mí, en los nombres : me sorprende que representen cosas dulces. El trato es coger dos o tres chucherías de las que les apetezcan. Dos o tres, nada más. Así que con la pala de plástico van de un expositor a otro. Parecen dos piratas cavando en el tesoro para encontrar un trozo de isla. En uno de ellos, Daniel tiene un problema : son unas pequeñas esferas de chocolate de las que resulta imposible coger solo una. Lo intenta varias veces. El encargado que se acaba de arrodillar a su lado para seguir rellenando el tesoro, le pregunta cuál quiere. Daniel señala una, al fondo. El encargado la coge con su guante de plástico. Cualquiera hubiera valido, pero se toma la molestia de coger precisamente ésa, como si él supiera que no todos los doblones son verdaderos. Después vuelve a su trabajo, nosotros pasamos por caja y salimos de nuevo a la calle.

El hambre de los mellizos se estira a lo largo de todo Fuencarral, la calle con maniquíes de largas pestañas, hasta que llegamos a la pastelería. Al entrar en la tienda le digo que le dedique un poco de tiempo a toda la oferta expuesta. Lucía no lo duda : me señala su cruasán. Daniel quiere probar un bocadito de nata.

La dependienta coloca el bocadito de nata en una servilleta de papel. Parece la esponjosa sonrisa de una pequeña ballena.

Frente al Horno de San Onofre hay un local chino al que entramos a por unos batidos. La oferta complementaria que estudiábamos en la carrera. Les regalo el ejemplo. Veo que los batidos de chocolate vienen en paquetes de tres. No hay ninguno suelto. La mujer que atiende el local, una treinteañera vestida con una elegancia práctica, como si la hubiera invitado a cenar un buen amigo, se acerca sonriendo y sin decir nada abre el paquete y le entrega un batido a Lucía.

Por la calle, Lucía coge cada trozo de cruasán con dos dedos, con el cuidado del que tira del lazo de un regalo.

Junto a la FNAC hay un local que vende gofres. Habré pasado delante de él cien veces y hoy es la primera vez que me paro. Con un ingrediente, 2,20 €, con dos, 2,50 €. Todo tiene ya su precio. Todavía no cobran por saludar, por entregarte una cucharilla de plástico, por el papel que cojo para que Daniel se limpie la boca. Es el primer gofre que prueba. Se lo come tranquilamente (primero la nata y después el gofre) mientras escuchamos a los vendedores de Doña Manolita anunciar la lotería, mientras esquivamos unas gotas que caen de una cañería que está debajo del toldo, mientras un coche de policía pasa, cansado, por la calle, mientras la gente, que lo llena todo, se para a por unas palomitas o un perrito caliente.

-Está bueno, pero no tanto como yo esperaba – me dice Daniel.              

Con los dedos un poco pegajosos (sí, intolerable) subimos a la planta de la literatura de la FNAC y veo un libro de Félix Romeo en la mesa de novedades. Es una antología de sus relatos. Me lo tengo que pensar porque ya llevo tres libros y esta mañana ha llegado el recibo del IBI, pero abro la solapa y al ver su fotografía no lo dudo. Si fuera un cocinero, haría lo posible por ir a su restaurante. En poco tiempo, es la segunda vez que me encuentro con él. La primera fue en una conversación, hace unas semanas. Si esa conversación la hubiera tenido hace seis años, algunas cosas podrían haber cambiado : es hasta posible que hubiera conocido a Félix.

Cuando regresamos a la calle noto que los mellizos están ya cansados. Le digo que me cojan de la mano y nos sumergimos, literalmente, en la boca de metro de Sol.

En el vagón, un hombre sentado a mi lado y con aliento a alcohol habla solo. Mueve un poco las manos. Dos estaciones después entra un acordeonista y el hombre empieza a cantar en voz baja la canción, entera.

Los tres leemos. Daniel, su libro : “Miedos de medio minuto”. Lucía, el suyo : “La niña de las adivinanzas”. Yo : “Félix Romeo fue un gran lector, pero siempre defendió que la escritura debía partir de la vida y no solo de las lecturas. Le gustaban las historias en las que había un componente autobiográfico, en las que el autor había sabido descubrir lo que había de “literario” en lo próximo y cercano”

Ahora entra una chica sudamericana y se sienta cerca. Parece concentrada en un problema de matemáticas. Mira al frente, envuelta en un intenso silencio que resulta atractivo. Esta es la versión románica. Se baja delante de nosotros. Es bajita, tiene el pelo largo, lleva tacones. Ahora me fijo en estas cosas.

Al salir del metro, introduzco el billete en el torno y les digo a los mellizos que pasen juntos. ¡Caballero!, me dice un vigilante al cruzar después. Caballero soy yo, traduzco. Tiene que pasar el billete por cada uno de ellos, dice. Le enseño el billete para que vea que cada uno ha pagado su viaje. No parece muy convencido. La ley se muestra meticulosa en lo absurdo y absurda ante lo importante. Parece la revancha del cobarde. Intuyo que hay una línea fina que conecta esta meticulosidad irrelevante y los grandes fraudes financieros atravesando zonas de demagogia y otras de verdad. Que él no tenga la culpa me importa una mierda.

¡Ah!. Había olvidado que ahora anochece tan pronto.