domingo, 30 de septiembre de 2012

Dos geishas gallegas




Dos geishas gallegas : Si miras arriba, puedes ver las instalaciones de Cisco que recorren todo el estadio como un nervio metálico para facilitar la conexión a Internet. Si levantas la cabeza un poco más, te encuentras con la zona aristocrática, donde el poder corteja al poder para dar a luz negocios que nos afectan al resto. Sobre todos nosotros, reflejados en las nubes, avanzan los proyectos para la remodelación del estadio. El fútbol 2.0.

De Cisco para abajo, los aficionados y, a sus pies, las pipas. Se puede crear un mundo virtual y preciso, pero nunca será creíble si faltan las pipas. Hoy, por ejemplo, basta con echar un vistazo al suelo para saber que no está siendo un gran partido : la gente se aburre y se dedica a comer pipas con la mansedumbre de una oveja. Er furbo.

Mourinho saca frente al Depor a un grupo de futbolistas sospechosos para que intenten redimirse. Ozil, Ramos, Kaká, Khedira, Di Maria. Cada uno tiene un pecado que limpiar y la misión de demostrar la lealtad al grupo por la vía legal o por el lado oscuro. El partido hoy es un tema de asuntos internos que provoca que, con el balón en los pies, se piense más en el banquillo que en la portería. Quizás por eso, al encuentro le falta intensidad, ideas, juego y emoción, y le sobran pipas.

A mi lado hay dos seguidoras del Depor que, algo cohibidas, celebran el único gol de su equipo aplaudiendo sin apenas separar las palmas de las manos, como geishas gallegas. El Madrid mete hasta cinco goles, pero son como inesperados fotogramas de Tarantino en una película de Garci : no hay mucha emoción. Las deportivistas, sin embargo, cada vez que hay un ataque de su equipo se acercan un poco más al borde del asiento y se llevan las manos a la boca, no sé si para murmurar algún conjuro. Irradian una excitación estática, contenida, a la que me sumaría si me dejaran formar parte de su grupo.

Como no tengo pipas con las que entretenerme, me paso el partido jugando a ser un poco del deportivo, un poco del Madrid, un poco del deportivo. Creo que las celebraciones de los goles blancos son exageradas para lo que estamos viendo, lo que me vuelve un poco inmune y me facilita mi aproximación en cuerpo y alma al equipo gallego. Me gustaría que el Depor metiera algún gol más para unirme a las dos hinchas y experimentar algo distinto, como el que cambia el tempranillo por la mencía. Me preparo mentalmente por si llega el momento. Sería la primera vez que hiciera algo así en el campo, pero de Galicia tengo muy buenos recuerdos : si hay que estrenarse, que sea con este equipo. Bastaría con una celebración pequeña pero significativa, como saltar de una Opera con doscientos extras a una representación de “Las tres hermanas” de Chejov en una escuela de teatro. Chejov.

Así que estoy ahí, atento, mirando el marcador y viendo cómo todos los goles caen del mismo lado. El tiempo se va acabando y el Depor va rindiéndose hasta que al final el árbitro pita el final del partido y me obliga a ser otra vez del Madrid al cien por cien. Las raíces son las raíces.

sábado, 29 de septiembre de 2012

"Brave" : Una temporada en la aldea




“Brave” : Una temporada en la aldea : Me vuelven a sorprender los de Pixar : qué lástima no haber nacido ahí.

Imaginaba que esta historia, en Escocia y titulada “Brave”, tendría un aliento épico que, no sé por qué (estaré pasando por una época más intimista) me mantenía alejado de ella como esos perros que no se separan de aquello a lo que ladran. Seguía imaginando que la película estaría llena de ejércitos y de gaitas y de vistas aéreas de valles verdes y es posible que en el primer borrador estuviera todo esto hasta que alguien creó el pelo de Mérida, la chica protagonista, y dijo :

-Mirad.

Y todos miraron y decidieron que ahí estaba todo, que no había que alejarse.

Yo, desde luego, me quedo fascinado por el pelo de Mérida (como ejemplo de lo que pueden hacer técnicamente estos chicos de Pixar, que más tarde se permiten mostrar a cámara lenta cómo sale una flecha de un arco) y por una historia pequeña, mínima, contada en pocos días, con los elementos justos de un cuento tradicional.

El esqueleto de la historia, básicamente, vuelve a reproducir el esquema de películas como “Donde viven los monstruos” o “El viaje de Chihiro” : el niño o la niña que pierde la protección de los padres y que se ve obligado a madurar para, una vez experimentado el punto de vista de los adultos, poder regresar a la situación anterior con el conocimiento de lo que ha aprendido. La radiografía, pues, se parece a otras que hemos visto, pero nadie acaba seducido por unos huesos, por mucho que exista ese dicho : queremos ver qué sostienen esos huesos.

Con ese andamiaje, los de Pixar levantan una película que es, ante todo, un placer visual. La puedes ir a ver en croata, que te dará igual. Esa cuestión estética funciona no solo por una cuestión de talento (y de dinero, y de horas, y de exigencia), sino porque está al servicio de una historia bien encajada en la que todo lo que se ve está ahí por algo, enlazándose entre sí como las serpientes en un anillo. Ese el otro placer de la película.

Antes he mencionado “El viaje de Chihiro” y la relación que hay entre ambas películas es tan próxima que hay veces que, como en el tema de los fuegos fatuos o el rostro de la anciana bruja (tan parecido a los que suelen presentar en las película de los estudios Ghibli) parece que se esté rindiendo un sutil homenaje a Hayao Miyazaki  y a su forma de contar qué es lo importante. A mí ese juego de saltar de una película a otra me gusta, pero “Brave”, por resumirlo de una forma académica, es “Brave”.

“Brave”, por ir cerrando, muestra qué sucede cuando obtienes lo que pides, que nunca te llega de la forma en la que lo esperas; que es importante que aparezca un toque de magia; que el camino más alejado es el que te acaba llevando a donde querías; que las imágenes hay que respetarlas; que siempre hace falta un poco de humor; que las leyendas pueden tener algo de verdad; que la venganza puede llegar de la mano de quien menos se espera; que todos tenemos un oso dentro; que a veces las cosas se salvan justo en el instante en el que ya se van a dar por perdidas; que lo más importante se dice sin palabras o que debes desconfiar de los pasteles perfectos. Estas son algunas píldoras de una película que tiene más que el bote de un culturista.  

Todo esto hace que esta película sea recomendable para los niños : es como enviarlos al pueblo (o aldea) para que se alimenten bien antes de volver a sentarles delante de la basura de Clan, Boing o Disney Channel. Algún día se recetarán películas como ésta para la anemia intelectual que provoca la actual programación infantil. Aprovechando el tirón, el médico también nos la recetará a nosotros para combatir el decaimiento mental provocado por la programación que no es infantil.

En fin, que Pixar sigue ahí, iluminándonos el camino. 

viernes, 28 de septiembre de 2012

Impaciencia de paraguas




Impaciencia de paraguas : Frente a la puerta del colegio hay una impaciencia de paraguas. El bedel viene andando muy despacio, con la cabeza descubierta : me gusta la gente que camina sin paraguas bajo una lluvia como ésta. Sube la cuesta con tranquilidad y es posible que al abrir la puerta y echarse a un lado piense en los Sanfermines.

Yo llevo un paraguas grande para cubrir a los mellizos, que veo salir con sus capuchas ya puestas. Sus pequeños paraguas siguen donde estaban esta mañana, en el respaldo de una silla del salón, diciendo lo mismo que el bedel : no abráis los paraguas cada vez que llueve y así alargaréis la vida, alejándoos de ese número definitivo al que acabaréis llegando. 

jueves, 27 de septiembre de 2012

Sin interpretaciones




Sin interpretaciones : Me gustan están flechas dibujadas en el suelo porque no admiten interpretaciones, ni matizaciones, ni excepciones. Da igual el coche que tengas, el dinero, tu triste historia personal o los agravios históricos que haya sufrido tu familia. No puedes excusarte con que no lo entendiste bien, que había varias lecturas, que vienes de otro país en el que existen doscientas palabras para definir el verde, que tu padre no te quería, que al hijo del vecino se lo comió un tiburón blanco el día de su graduación, que tienes el corazón roto, que no sabes cuál es tu objetivo en la vida, que algo de ti se descolocó el día que se retiro Zidane, que en el pueblo de tus abuelos no existe nada parecido, que no llegas a final de mes, que tu sangre te distingue dea del vecino, que la realidad no es lo suficientemente asimétrica, que te roban, que tú ya sabes lo que es importante, que eso es algo para los demás, que un familiar tuyo le paso la mano por la grupa al caballo de Napoleón, que tienes muchas responsabilidades y un hijo que lleva haciendo el mismo curso cinco años, que tienes prisa, mucha prisa, que así me evito tener que dar toda la vuelta al parking, que algo en los últimos análisis no salió bien, que eres de los que tiene el número directo con el presidente, que eres de letras, muy de letras, que viste la señal y pensaste en otras cosas .

Da igual. Es muy simple : la barra centras y el triángulo que te indica dónde ir. Algo que no pueden rodear los comentaristas de salón como tiburones alrededor de la carnaza.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

El tercer movimiento




El tercer movimiento : Se pasa toda la noche lloviendo. Podría hacer una descripción de cada cambio de ritmo y sonido porque me despierto cada vez que se produce. Si reflejara las franjas de insomnio aparecerían como las capas de tierra en un análisis geológico. ¿Por qué parezco tan atento a la lluvia cuando duermo? Tal vez tuve un antepasado agricultor, capaz de leer cualquier nube, que revive cuando nota cerca el agua. Una gran habilidad desperdiciada porque entre el campo y yo siempre están las estanterías del Mercadona.

Los que defienden que aquí sólo tenemos dos estaciones cambiarían de opinión si se pasaran toda la noche en este estado intermitente que no te permite estar lo suficientemente despejado para pensar ni sacarle utilidad al sueño cuando llega. Básicamente, esta lluvia es el anuncio de que el Otoño, con mayúsculas, ha llegado, con esa contundencia de bola de cañón con la que Ronaldo le colaba el balón al portero del Atleti en el primer minuto. Uno a cero para el Otoño.

A lo largo del día me olvido de esta vigilia de diluvio. Hablo con la comercial de una empresa a la que han echado el viernes pasado tras quince años trabajando ahí. La llamaba para preguntarle por un precio y es ella la que me pide permiso para mandarme su currículum. Para la crisis no hay estaciones, solo matizaciones en la intensidad de su avance, con la voracidad y la perseverancia de un grupo de termitas royendo los pilares del sistema. No noto ni rabia ni desesperación en su voz, sólo resignación : los de abajo sabemos algo que arriba no quieren admitir, que a partir de ahora las sillas van a ser cada vez menos y la gente corriendo alrededor más.

Por la tarde tengo cita con la dentista, que siempre está de buen humor. Esta vez solo me pone anestesia en la parte de arriba de la boca. Cada poco tiempo me pregunta si me molesta. Trata mis dientes con el cuidado con el que una pediatra palpa a un recién nacido. Aunque de vez en cuando pediría un pinchazo más de anestesia, le digo que todo va bien porque eso sería no corresponder a su cortesía. Todo va tan bien que puedo prestarle atención al hilo musical, a la mascarilla que lleva al dentista, al ruido que hace el tubo al succionar mi sangre, a la rigidez de mi lengua, al brillo de la lámpara : detrás de todo esto, como el perro atado a la carrera que cierra el desfile, un dolor en el que puedo o no fijarme. En esto sí que cualquier tiempo pasado fue peor.

A la salida veo que el cielo está cubierto. El aire sigue limpio y fresco y en la acera hay pequeños charcos a los que las nubes han protegido todo el día. Cuando llego al coche me fijo en un árbol al lado que me llama la atención. Parece la versión gigante de esos pequeños que venden, en macetas de lata, en los IKEA. Creía que esos árboles no crecían, que eran los eternos caniches del reino vegetal, pero aquí está la prueba evidente de que no. En otro momento no habría establecido ninguna relación entre los dos, pero es probable que un poco de anestesia haya subido a la zona del cerebro que se ocupa de la causalidad y que ahora acepte como obvia esa conexión. Es más, decido que este cambio se ha producido esta noche como efecto de esa lluvia no solo densa, sino fértil. Justo el tipo de lluvia que necesitamos que caiga sobre nosotros este Otoño. 

martes, 25 de septiembre de 2012

La tarta del siglo XXI




La tarta del siglo XXI : Daniel lo tiene claro : tiene que ser ésta.

Mousse. Farggi. Semifreddo. A la lengua le gusta sentir cómo se deslizan esas consonantes dobles como caramelos redondos. Sigo leyendo: la tarta del siglo XXI se vende ya con “Tecnología exclusiva”. Hemos dejado atrás lo de “Receta exclusiva” porque parece que ya desconfiamos de esos locales que se abren como “La alcoba de la abuela” : si la abuela realmente viviera ahí, habría doblado su bastón golpeando a todos los que se creen que eso que venden se puede llamar churros.

Pero hay un pero. La tarta de la tecnología exclusiva, no sabe escribir bien lo de “¡Cómo tú prefieras!”, con esa tilde que duele más que una espina de besugo en unas natillas de chocolate. La precisa tecnología del silgo XXI con difusa ortografía.

A Daniel estas cosas le dan igual. Le gusta el dibujo de la caja y me dice que sí, que él se la va a comer entera. Yo recelo por la tilde (soy de letras), pero me animo por lo de la tecnología exclusiva (me gano la vida rodeado de gente de ciencias). Mi vida habría sido más fácil si hubiera sido un poco más tecnológico y no me hubiera enredado con detalles como lo de la tilde. ¡Por una tilde!. Seamos realistas : hacen más daño las faltas de ortografía en un lenguaje de programación que en el texto de una caja de helados. Las primeras pueden paralizarte una central nuclear. Las segundas parecen estar ahí para provocar a la señora de la casa, que grita al servicio doméstico desde el cuarto de los marcos de plata cuando descubre que uno de ellos tiene una pequeña mancha.

Sin embargo, mi honor de hidalgo con hambre se empeña en defender al diccionario, a la lengua, al español. Agarro la puerta de la zona de congelados y espero. Estas sutilezas. Estas tonterías. Estas defensas de qué. Daniel insiste y decido que el rumbo lo decida el viento que me llega desde su lado.

Otra cosa más : Aunque dice que pueden obtenerse entre seis y nueve raciones, Daniel, que todavía no ha empezado con las fracciones, la divide en dos : un trozo un día y el otro el siguiente.

Antes de tirar la caja, le hago la foto.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Trucos de supervivencia




Trucos de supervivencia : Me gustan esas neveras en las que no sobra nada, que no funcionan como una despensa alternativa en la que los alimentos se pueden usar o no. Me gustan porque es fácil imaginar qué tenía en la cabeza el que lo compró : esto lo voy a preparar así este día o éste.

La nuestra me desconcierta : está llena pero apenas propone nada. Es como hacer zapping  con canales en otro idioma. Están las partes, sí, pero no sugieren. Digamos que una nevera abierta es como un espejo : refleja aquello que pensabas mientras hacías la compra. Si había cuidado, verás cuidado. Si urgencia, urgencia. Creemos que la intimidad se guarda en los cajones, pero queda expuesta cada vez que se abre la puerta de la nevera : en un sentido más amplio, ahí están las claves que van a ordenar el resto de la casa.

Todo esto viene a cuento porque no encuentro qué cenar. Hay qué comer, pero no un conjunto que permita hacer una cena. Los yogures, las latas, las cebollas, la botella de vino blanco o el paquete de pan blanco sin corteza, aunque juntos, no están relacionados, como lo expuesto en una manta en el Rastro. La capacidad que tengo de construir una biblioteca con pocos libros desaparece frente a la nevera, que reclama a alguien que cree equipo.

La abro y me quedo mirando hasta que la alarma, alemana, me pide que cierre la puerta. La cierro. La vuelvo a abrir. ¿Cómo es posible esta falta de comunicación entre la nevera y yo?. La tercera vez que la abro descubro en una bandeja una lata de sardinas. Hasta ahora la había mirado sin verla, a pesar de ese cuento de Poe en el que también buscan una lata de sardinas que estaba todo el rato encima de una repisa. La lata de sardinas es un elemento que se basta a sí mismo. Se ve la lata y no se piensa en nada más, no se desea nada más. La lata de sardinas es una metáfora de una lata de sardinas. No hay vuelta de hoja. La puedo coger y cerrar la puerta.

En algún momento, después de llenar la nevera, me dejé esa lata como truco de supervivencia mientras pensaba en otras cosas. La abro. Ahora tengo una lata abierta con cuatro sardinas dentro. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Cientos de manos te llevan




Cientos de manos te llevan : La Central es a las librerías lo que la tarta Sacher a la repostería. No hay ni un centímetro de tregua : entrar en ella es sentir, de forma física, el peso de la palabra. Hay libros en la entrada, en las escaleras, junto al futbolín. El lema parece ser : ni un resquicio para lo virtual. Todo es jugoso y apetecible. No sé dónde se metían los patos de Holden, pero estoy seguro que los libros de las librerías que cierran se vienen aquí porque el edificio, saturado de palabras (las letras se dejan caer por las ventanas y resbalan por las paredes del pequeño patio), parece un refugio que hace de tienda, o al revés.

El caso es que esta gran tarta Sacher me estimula la curiosidad y, como respuesta, se me despierta una ligera euforia, que aparece, brillante y caliente, entre los restos apagados de la hoguera. Entonces sigo siendo consciente de mis limitaciones, pero me encuentro con la confianza suficiente (la euforia la lleva de la mano) para poder subir de división intelectual si me leo este libro, y éste, y éste, y éste. Los compraría todos para adoptarlos. O al revés.

La euforia intelectual comparte genes con la provocada por un Ribera, por lo menos en lo que a mí respecta : todo es más fácil y ligero. Así de ligero subo y bajo las escaleras y me muevo entre los libros expuestos con la seguridad de que, mire donde mire, voy a encontrar algo que me guste. Simplemente, me dejo llevar por los títulos como esos cantantes que se lanzan al público para que cientos de manos los lleven de un lado para otro.

Mientras esas manos me mecen, pienso que es un buen sitio para venir con niños, para que ellos también perciban las dimensiones de la cultura y empiecen a sospechar que en un espacio como éste es más fácil que los libros te encuentren porque, seas quien seas, se te ofrecen todos, algo que los algoritmos de Internet, con sus filtros, no hacen. Claro que se ofrecen los libros.

Por ejemplo : “Segundas crónicas”, de Antunes, que, viendo que no le hago caso en casa (oculto o perdido), se me presenta en edición de bolsillo para que le de su oportunidad ahora.

Por ejemplo : “Cuentos por teléfono”, de Gianni Rodari, para contrarrestar la falta de imaginación de los programas infantiles.

Por ejemplo: “Una cuestión de fe” de Enric González, que me recuerda que le quería mandar “Grupo salvaje”, de Jabois, a un pirata de Burgos.

Sigo subiendo y bajando pisos con la impresión de moverme en el mismo plano, como en un cuadro de Escher. Bajando y subiendo.

Me acerco entonces a un dependiente que arrastra libros como si fuera una versión adaptada de Sísifo. Le pregunto por “Grupo salvaje” sin darle más pistas, como reto y por disfrutar un poco del placer de añadir sufrimiento a alguien. Un poco más cabrón y me convierto ya en el águila enviado a comerse sus tripas. El hombre piensa un poco. El hombre tiene barba. El hombre no necesita rascarse su barba porque debe tener el cerebro fresco y jugoso como una buena burrata.

-Abajo, junto al futbolín.

Y ahí está. Descansamos un momento en la cafetería que tienen en el primer piso. No ofrecen ningún zumo de libro. El vino es malo. No importa. Uno se sienta en estas mesas de madera para recibir algo de ese trasiego de personas y de libros, como el que una noche europea se asoma al balcón en Concha Espina para empaparse de ese ambiente que desprende la gente entrando en el Bernabéu. No ha estado en el fútbol, pero casi. Yo tampoco leeré esos libros que lleva la gente, pero casi. 

sábado, 22 de septiembre de 2012

Quince mil millones de años después, esto




Quince mil millones de años después, esto : El vacío, la nada, el Bernabéu un martes por la mañana. Y se enciende el interruptor y el Universo sale en estampida desde dentro de sí mismo como un grupo de niños invadiendo el pasillo después de clase para no dejar de correr.

Quince mil millones de años después, ¿qué?

Esto : en la mesa de al lado, unos padres jóvenes hablan con una mujer que les acompaña. El tema es el jamón de york. Da mucho de sí si se sabe manejar, como con las pompas : puedes hacer una con un pqueño aro de plástico o unir dos varas alargadas con una cuerda, sumergirlas en un barreño, y crear una pompa sideral. Este jamón de york es sideral. La niña en el carrito llora y yo me pregunto por qué, de todas las mesas libres que hay en la cafetería, me he sentado en ésta. Ahora me resulta violento cerrar mi libro y marcharme a otra. Tengo estas cosas. Aprieto la mano izquierda contra el oído izquierdo (hacerlo contra el derecho habría llamado la atención) y me fijo tanto en el libro que si quisiera mi mirada haría surcos debajo de cada palabra. Así de intenso me vuelvo para aislarme del jamón de york, de la niña que llora, de mi propia facilidad para desconcentrarme. Con lo bien que iba, deslizándome suavemente por los párrafos. Ahora me muevo despacito entre las palabras, como hago cada vez que descubro que la señora de la limpieza acaba de fregar el pasillo que lleva al garaje y, más que andar, doy pequeños saltos de puntillas, pidiendo perdón con cada huella minúscula que dejo. Algunas palabras las tengo que leer dos veces, lo que hace que necesite el doble de tiempo para llegar al mismo sitio o, ya puestos, que sólo pueda avanzar la mitad en los treinta minutos que tenía libres. Hay muchos sitios para hablar del jamón de york (siguen) con una niña al lado que llora (sigue), pero el pequeño retablo familiar desentona en la cafetería del Cosmocaixa, donde, me imagino, se deberían tratar temas elevados, acordes con las exposiciones. No es así : no había ninguna dedicada al jamón de york. Voy a tener que desistir de mi empeño por leer porque volver por tercera vez a la misma palabra es un ejemplo de gatillazo lector. Hay que admitir que he perdido la erección lectora. No pasa nada. Cierro el libro. Queda un poco de tiempo hasta que los mellizos salgan de la actividad en la que están. ¿Qué hacer? Había un rostro de Einstein a base de dados. Puedo ir a hablar con él (mentalmente) y preguntarle si él piensa que en esa clase que salía disparada por el pasillo (tiempo, espacio y materia) ya estaba contemplado este momento, lo que lo justificaría plenamente (¡plenamente!) o si, por el contrario, que seamos como somos en esta esquina de la cafetería es la muestra de que la fuerza de la expansión del universo hace tiempo que se acabó y ahora vivimos cierta inercia desorientada, como esas ruedas que aparecen en la pantalla después de un choque rodando y golpeándose contra todo hasta quedar definitivamente quietas. A Einstein le puedo hacer la pregunta así, sin tiritas, que él lo vale.

viernes, 21 de septiembre de 2012

El pez sin adjetivos




El pez sin adjetivos : En uno de los experimentos de Cosmocaixa, si aprietas un botón, a un pez de plástico se le infla la pelota que hace de vejiga natatoria y sube. Para que descienda se presiona el botón que está al lado. La de nuestro pez se tiene que haber quedado a la mitad porque su cuerpo flota a medio camino entre las piedras azules del fondo y la superficie con los restos de la comida que le eché esta mañana. No es la primera vez que me dicen que está muerto y me mandan a comprobarlo. Esta vez no hay dudas. Veo su boca formando un círculo perfecto y rígido. Las aletas parecen las velas de un barco abandonado en el puerto.

Al sacarlo del agua noto su peso. Mis dedos se lo imaginaban más ligero, por eso casi se les cae. Lo dejo dentro de un vaso grande al que, no sé muy bien por qué, echo un poco de agua. Lo observo con mirada de científico, como si pudiera saber qué le ha pasado. El pez sigue ahí, pero todos sus adjetivos se han quedado en el acuario.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Concierto en morse




Concierto en morse : Cedés, clases de chino, profesores bilingües y de repente el pasado estira una mano y te agarra para que no escapes del todo : encima de la mesa de la terraza, dos flautas que sólo tienen de dulce su nombre. Este sí que es un buen tiro de jabalina, lanzado desde los ochenta para, sobrevolando años y años, caer en este instante.

Nada ha cambiado. Ni la funda de plástico, ni esa boquilla, mezcla de helado de vainilla y chocolate. Hasta la escobilla que los mellizos me enseñan es idéntica a la que usaba yo cuando tenía su edad. Ciertamente, deberían incluir una más para que, tan pronto alguien empiece a tocar la flauta, uno pudiera clavárselas en los oídos como si quisiera pulirse bien por dentro y, de paso, quitarse todos esos agravios, insultos o frases dañinos que siguen vivos como murciélagos suspendidos, ejerciendo su poder solo con su presencia.

Los mellizos están contentos porque ya pueden hacer ruido de una manera didáctica. Yo nunca lo llamaría música porque estas flautas son a la música lo que los rastrojos al diseño de jardines. No entiendo por qué insisten en que aprendan con un instrumento con el que, tras horas de práctica, sólo consigues que suene menos mal. Con otros empiezas el aprendizaje desde el punto de salida, pero con las flautas dulces empleas toda tu vida en acercarte a él, como si te soltaran en Perú para correr el maratón de Nueva York.

-Vamos a tocar – dicen.

Interpretan mi silencio, en el que busco sin éxito alguna excusa convincente, como una invitación a que me enseñen lo que saben hacer después de su primera clase. Miran atentamente un pentagrama y, sin avisar, se sucede una sucesión de sonidos que podrían ser la traducción en morse de algún párrafo del código penal. Por partida doble.

Me asomo a la terraza por si, bajo los efectos de esta sinfonía de una única nota, se hubiera caído algún pájaro, algún niño se hubiera golpeado con su triciclo, alguna madre hubiera roto aguas antes de tiempo o alguna alarma de un coche hubiera saltado. Nada, el mundo ya anda bastante duro de oído. Perfecto. Los mellizos siguen lanzándole perdigones al concepto de música sin miramientos. Escucho concentrado, asiento, les felicito cuando acaban. Hoy cenamos pollo empanado.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La puerta de la clase




La puerta de la clase : Hace calor en el aula. Se han bajado las persianas para intentar refrescarla un poco, pero ya es tarde : muchas madres sacan sus abanicos y los agitan con fuerza. De la que tengo sentada al lado me llega algo de ese aire acondicionado del diecinueve, el único que soporto. Prefiero cocerme en el propio jugo de mi sudor.

La profesora nos explica su procedimiento educativo para este año. Ya aparece la palabra examen. Y certificate. Tomo nota de lo que dicen y de los horarios porque no le han dejado hacernos copias del cuadro de asignaturas. Medir las veces en las que el no ha sustituido al sí sería un bien índice de nuestra situación actual. No al aire acondicionado, no a las fotocopias.

Lo que no se dice en ningún momento es cuáles son los objetivos para este año. Qué acabarán sabiendo. Ahora están aquí y dentro de un año se moverán hasta aquí. Este tipo de cosas. De las referencias a largo plazo parece haberse pasado a otras en las que el futuro se mide en días, en semanas como mucho. Pienso en ese falso optimismo comunista que se atrevía a imponerle sus planes quinquenales a la realidad en cualquier aspecto social : ahora estamos en el otro punto del cuadrilátero, deseando que no sea esta realidad la que acabe dominándonos. Como un hámster en su jaula.

No me sorprendería que en mitad de la explicación la profesora nos reprochara el no haber cumplido nuestra parte. El pacto tácito era que, de la puerta de la clase para adentro, ella era la responsable de formar a los niños y que, del otro lado, éramos nosotros los que teníamos que asegurar un entorno en el que ellos, dentro de unos años, puedan seguir desarrollándose. Y algo ha fallado porque el deseo de abrir esa puerta se convierte ahora en un impulso por mantenerla cerrada. Supongo que lo pensarán, como también lo hacemos nosotros, pero los dos callamos y anotamos lo de las tareas de matemáticas.

No estamos a la altura de esta clase. Es lo que siento.

Al salir me acerco a una ventana para ver el colegio desde este tercer piso. En el patio no queda nadie, solo un niño que patina dejándose llevar. 

martes, 18 de septiembre de 2012

El cocinero deconstruido



El cocinero deconstruido : Mi conversión en cocinero deconstruido, para historiadores gastronómicos, comienza en un Ahorramás en el que me llevo de todo para preparar una ensalada César de alfombra roja, con flashes y bullicio de periodistas. No hay detalle que no falte. Llevo la lista de ingredientes en la cabeza y me muevo por los pasillos con la ligereza y la alegría de una patinadora : qué lentos van todos, qué grácil soy yo. Los demás llenan sus cestos de compras aburridas (que si leche, que si huevos, que si latas de guisantes, como si fueran a encerrarse a vivir en la despensa a la espera de los brotes verdes); yo, en modo irresponsable pero feliz, cojo esos alimentos que parecen formales pero que juntos se convierten en caprichos, como esos elementos inofensivos que en manos de Walter White pueden derribar un edificio. Tarareo por lo bajo, a mi paso crecen las flores y hasta creo ver huellas de cervatillos. Tengo que reconocer que me gusto en esta faena, la templanza con la que llevo la cesta, la decisión con la que cojo los artículos, el cuidado con el que los deposito uno junto a otros. Todos estos gestos van presentados sobre una base de optimismo condimentada con salsa picante y sabrosa a base de unos toques de insensatez (con la Troika afilando sus requisitos y tú gastando así el dinero) y despreocupación (qué Troika ni qué leches) ligeramente dorados en la sartén y pasados por la minipimer. Así voy, digo, con esta despreocupación de alcalde de pueblo levantando imaginarias obras en su honor por los campos de girasoles. Yo no me conformo con un aeropuerto o un velódromo, no, yo voy a por la gran ensalada César que ya en mi cabeza debería llamarse Oscar por los premios que me voy dando, por los monólogos que mentalmente voy escribiendo : gracias, miembros de la academia gastrocinematográfica por ese galardón que se me entrega y que tengo que dedicar a todos los que intervinieron en esa obra y sin los que bla,bla,bla, gracias a los filetes de pechuga de pollo, a los cogollos, a los tomatitos, a la salsa, a los trocitos de pan condimentados, a los aros fritos de cebolla, al queso (que ya nos esperaba en la nevera) y a mi madre (siempre hay que aprovechar la oportunidad). Gracias a ellos, a mí y a la gente de Ahorramás. ¿Que sí podría aprovechar para comprar alimentos de primera necesidad? Pues claro, pero no, que desentonarían, que sería como ir a por alcohol para la madre de todas las fiestas y volver con la compra de la nota de la chica de la limpieza. En mi cesta hay calidad. La veo y me convierto en el lobo contento en medio de un bosque de caperucitas serias que empujan su carrito, esperan a que las atiendan en la carnicería o buscan los cereales que quieren sus hijos. Lo que veo me gusta pero me parece escaso, lo que me ofrece la excusa que necesito para volver a cambiar de personaje (En quinientas palabras he sido ya patinadora, Walter White, alcalde rico de pueblo pobre, cocinero premiado y lobo de cuento : mis influencias de Mortadelo son evidentes.), convirtiéndome ahora en un Fernando Alonso dando la vuelta de agradecimiento después de ser saludado por la bandera de Ajedrecelancia. Voy sin prisas, contento de ser quien soy, dejando que todos puedan mirarme más de cerca y repartiendo las bendiciones de Ferrari ante todos mis fieles mientras hecho más cogollos, más tomates, más de todo. ¡La gran ensalada! ¡Mi gran obra!. La chica que me cobra me ofrece tres tabletas de chocolate en oferta. No, no. Lo que yo voy a necesitar, pienso, sonriendo mentalmente, es un gran barreño en el que mezclar mis ingredientes. Ahora no soy Fernando Alonso : mis manos son las de Miquel Barceló y mi lugar de trabajo, ya en casa, es mi cocina. Voy a hacer un homenaje al mar, al campo, a todas las estrellas, sirviéndome de la ensalada César como metáfora. Limpio la mesa. Saco todo lo que he comprado. Los mellizos se asoman a ver qué hay para cenar sabiendo ellos que sé yo que si no les gusta lo que ven dirán que lo han comido en el colegio. Desagradecidos. Truhanes. ¿Qué hay para cenar? ¡Ensalada César!, grito. Levanto las manos como un director a punto de ordenar el arranque de la quinta sinfonía. Ya la escucho en mi cabeza, vale, pero en la cara de los enanos leo que me ven como Mickey Mouse a punto de hacer bailar las escobas. Eso duele. A pesar de todo, mi gesto les impacta lo suficiente como para no negarse. Ensalada…César, dicen, con ese tono de arrastrar una toalla por la playa. Les animo con frases que le escucho a la monitora de spinning mientras yo voy a lo mío con las pesas, que prefiero cansarme despacio. ¡Ánimo!. ¡Subimos una más! ¡Nadie se queda atrás!. Hay un silencio de patio de recreo por la noche. Estoy a punto de convertirme en un Adriá de andar por casa. Es Lucía la que me da el primer empujón : sólo quiere pollo y salmón. Daniel me da otro para que avance por la tabla y caiga en el océano de la monotonía. Me vengo un poco abajo. Mi plan era terminar como Jamie Oliver, mezclándolo todo y echándole aceite a la mesa, a la encimera, a la televisión del salón, a mis zapatillas, al libro de Antunes, a la gente, a toda la gente desde el balcón. La realidad manda. De crear una gran obra de mil páginas de introducción paso a un instante minimalista, colocando cada ingrediente en un cuenco. Así se deconstruye la cocina y mi ego. Los mellizos, felices, y es lo que importa porque el cliente siempre tiene razón.  

lunes, 17 de septiembre de 2012

Doble conspiración




Doble conspiración : Hay una conspiración de los abuelos, un plan meditado y bien organizado que se descubre fácilmente. Le digo a Daniel que se suba el jersey y ahí veo, encajada en el pantalón, una peonza de última generación (Entrada USB,GPS,IVA y ABS). Es azul y brilla como el lomo de un delfín. Le pido lo mismo a Lucía con idénticos resultados : la suya es roja y también brilla, como el neón de un estreno en un charco.

La conspiración, decía, existe y es ésta : consiste en llenar el cuarto de los nietos de juguetes, cromos, figuras o balones para poder exclamar, cuando lo ven, que los niños ahora tienen de todo y que antes se entretenían con una caja de zapatos. Se podría llamar la conspiración de la caja de zapatos. O la de los abuelos, a secas.

No es un plan excesivamente peligroso (es probable que resulte más arriesgado ver a un gato lamerse una pata en un charco de sol) ni concentrado (los abuelos llevan años con él y es posible que lo dejen cuando puedan realizarlo con sus bisnietos), pero está ahí. Como el proceso de la clorofila o el tiempo de gestación de los elefantes : conocerlo está bien.

(Aquí vendría una pequeña entrevista a un psicólogo de televisión para que hablara sobre esa necesidad de los abuelos de defender su pasado reivindicándolo; y luego otra pequeña entrevista a una psicóloga para que hablara de esa necesidad de los abuelos de reivindicar su pasado defendiéndolo)

A falta de psicólogo, me encojo de hombros. Mi madre se disculpa como si de esos minutos en los que entró en la tienda a comprar las peonzas no quedara rastro en su cabeza. Quizás es que fue abducida al salir por unos marcianos que, en venganza por esa sonda que les hemos metido en casa, van robando minutos de memoria a la gente (a éste, a ésta) para que no quede rastro de lo que vamos aprendiendo de su solar rojo. Conspiración sobre conspiración.

Me encojo de hombros y suspiro. Ya sé que mi futuro se va anunciando en lo que veo a mi alrededor y que acabaré enfrentándome a él como el viajero que, empujado por los demás, termina al fondo del vagón del metro. Por eso no digo nada. Dentro de unos años yo mismo acabaré formando parte de esta conspiración y entonces, sólo entonces, podré disfrutar del placer de decir que los niños de ahora lo tienen todo y que cuando yo era pequeño nos conformábamos con un Spectrum y su teclado de goma para jugar. Todo llega. 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Erasmus para roedores




Erasmus para roedores : Dentro de la máquina de lavado hay un coche; dentro del coche hay dos niños; encima de las piernas de uno, hay una caja; dentro de esa caja hay un hámster que roe nervioso uno de los agujeros para hacerlo más grande. Yo estoy fuera viendo una ballena azul cruzar el cielo.

Tal vez no sea una coincidencia que quiera limpiar el coche después de salir de la tienda de animales, como deseando mostrarle al roedor que ha caído en buenas (y limpias) manos. Es como si, más que comprarlo, hubiéramos ido a recogerlo al aeropuerto para que pase un tiempo de intercambio con nosotros como hicimos con  el hijo de una familia con la que antes estuve en Estados Unidos.

Igual que entonces, me hago las mismas preguntas. ¿Se querrá escapar?. ¿Le gustará la comida?. ¿Montará follón por las noches?. Nos llevó muy poco descubrir que básicamente, mi amigo americano era como nosotros y, una vez satisfechas sus necesidades primarias, era capaz de apreciar el arte de unos buenos cuadros o los perfiles de las montañas, a los que dedicó bastantes carretes. Espero que con el roedor el proceso sea similar.

Este túnel de lavado es pequeño : el coche permanece quieto y es la máquina la que se mueve. Es un poco triste y recuerda a esas escenas en las que simulan conducir mientras el paisaje se proyecta al fondo. Los buenos son los túneles en los que el coche, en punto muerto, recorre todas las fases en lo que es una limpia demostración de la utilidad de la división del trabajo y una defensa de la especialización. Buenos y divertidos, con ese aire de tarde de domingo en la que veías llover fuera. Quizás debería haber buscado uno así para este recibimiento.

La ballena sonríe. Las nubes avanzan con sopor de domingo. Como he elegido el programa más caro en honor al roedor, la dependienta, vestida con prendas de Ferrari, me ha entregado una ficha para la aspiradora como si me diera limosna. Le doy las gracias y poco me falta para decirle que no me la voy a gastar en vino. La ficha me recuerda a las que se utilizaban antes para llamar por teléfono en las cabinas.

Me está sentando bien esta parada. La tensión se va disolviendo y me empiezo a sentir con fuerzas para hacerme cargo del hámster. La diferencia de edad ya no me importa. Además, me animo, el coche ha quedado bien limpio. Adelanto el coche a la zona de las aspiradoras y meto la ficha. Apenas arranca la máquina, veo la situación desde el punto de vista del hámster : una gran serpiente de plástico que, con la boca abierta, succiona todo lo que encuentra a su paso. Si ahora lograra escaparse por su agujero y salir corriendo en dirección al aeropuerto para coger el primer avión con destino a alguna película de Pixar lo entendería, aunque eso supusiera que ningún roedor más quisiera apuntarse a nuestro particular Erasmus. 

sábado, 15 de septiembre de 2012

Chihiro en la frutería




Chihiro en la frutería : No hay que irse muy lejos para ver cómo somos, aunque siempre queda bien citar a algún hispanista extranjero, porque en Mercadona están los elementos necesarios para el experimento : unas cajas con fruta y clientes con la necesidad de esa fruta (utilizando el más puro lenguaje de marketing)

Lucía se lamenta cuando me ve coger una bandeja con manzanas. Reacciono antes de que las puertas de su mal humor se cierren y le propongo que sea ella las que las elija de la caja. Contenta, se acerca a ponerse un guante y a coger una bolsa y viene a mi lado con ese halo de profesionalidad que la rodea hasta cuando duerme. Estamos rurales los dos. Le pido que me coja ocho manzanas, ocho, y me quedo mirándola. Sin prisas. El cuidado con el que las va revisando convierte este momento, sin duda, en lo mejor del día. Hay que ser mucha manzana para acabar en su bolsa de plástico. Sin prisas, le repito. Cuando lleva cinco manzanas y ha revisado todas, y es posible que el sol se haya puesto y haya salido varias veces, vuelve sobre las que le dejaron con dudas y me las enseña para ver si mi filtro es menos exigente.

Mientras, los demás clientes, sin guantes, manosean la fruta. Me molesta que no lleven guantes. Me molesta aún más cómo apartan la fruta que no les convence. Me gustaría ser un poderoso mafioso con chándal y la mirada del Mike de Breaking Bad. Como mafioso, les daría un buen manotazo en la nuca para que se pararan un momento y les enseñaría el índice derecho extendido. ¡Eh!. Como Mike, les diría con la mirada : Tú, maleducado, deberías esforzarte por ponerte al nivel de esta niña de ocho años que está haciendo las cosas como se debe, con su bolsa y sus guantes. Muestra algo de respeto por la lección que te está dando y cambia de actitud. Ya sabes dónde están las bolsas. Todo esto lo diría Mike cerrando un poco los párpados, que le he visto soltar discursos más largos con solo girar un poco las pupilas.

Siempre habría alguno que no reaccionaría ni al chándal ni a la mirada. A ése, convertido definitivamente en un cerdo, me lo llevaría a la sección de carnicería y, por los altavoces, anunciaría una gran oferta en chuletas o lomo. O lo que sea. El fin apropiado para los que creen que las normas se hicieron para los demás y a los que no va a venir a salvar ninguna Chihiro como la que ahora vuelve de pesar las manzanas.          

viernes, 14 de septiembre de 2012

A doble velocidad




A doble velocidad : Uno de los hámster ya tiene nombre aunque él no lo sabe. Tampoco sabe que ésta va a ser la última noche que va a pasar en la tienda. Ni siquiera sospecha que, pareciéndose tanto a los demás, habrá algo en el diseño de su pelaje que hará que Daniel diga ése. ¿Éste?. No, ése. Ahora es uno más en ese grupo de bolas de pelo somnolientas que se pegan junto al cristal

En la esquina opuesta del expositor hay tres hámster recién nacidos temblando : su corazón parece bombear sangre con violencia, como si llevaran el motor de un coche más potente. Hay prisa por vivir. En su cara todavía no se distinguen bien los rasgos, como los rostros de esos ladrones de película cubiertos por medias. Se les marcan las pequeñas costillas.

El hámster cuesta cuatro euros con noventa y cinco céntimos. El precio está escrito con rotulador negro en un trozo de cartulina del que salen muchos picos. Está claro que lo que te llevas a casa es, básicamente, un corazón que no va a dejar de latir con urgencia cubierto por la falsa tranquilidad de una piel suave. 

jueves, 13 de septiembre de 2012

Así nos vamos hundiendo




Así nos vamos hundiendo : El restaurante del centro comercial en el que comemos juntos los jueves cambia de local. El nuevo, al final de un largo pasillo con tiendas que llevan cerradas mucho tiempo, parece una mezcla de discoteca y comedor chino : cada fracaso empresarial ha dejado su rastro. Al ver cómo ha bajado el nivel de la comida, sabemos que éste va a acabar igual. El bufet de ensaladas sólo ofrece la guarnición de una ensalada y las cuatro paellas  de las que te podrías servir, y que constituían el principal reclamo, se han convertido en una ración pequeña que te traen directamente desde la cocina.

Los camareros nos sirven como si supieran que ésta es nuestra última cita. Supongo que por su trabajo sabrán interpretar algunos signos de que lo nuestro, definitivamente, se ha acabado. Podemos aceptar lo de la ensalada e, incluso, lo del arroz, pero que la hamburguesa de pollo no venga con la cebolla caramelizada es la prueba de que ya estamos unidos a la crisis como esas parejas que corren con una pierna atada.

En la mesa de al lado la conversación se interrumpe cuando les sirven el segundo plato. Uno también dice algo sobre la cebolla caramelizada.  

Pagamos en una barra acolchada que debía hacer juego con los labios operados de las mujeres que tomaban algo aquí a las tres de la mañana. Dan ganas de pedir un gin tonic y de buscar una pantalla en la que pongan un partido de fútbol americano con el que no pensar en nada. La mujer me gira el lector de la tarjeta. Debería escribir algo para suavizar la despedida, pero no encuentro qué añadir. Lo único que sé decir con números es Hells Bells, sustituyendo cada letra por un número y leyéndolo al revés. Demasiado complicado para el adiós. Y poco apropiado. Finalmente tecleo el pin.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Retorno al Paraíso



Retorno al Paraíso : Todavía no tenemos estores en los cuartos de los enanos porque, siendo necesarios, no son urgentes : al fin y al cabo está la persiana, ese párpado de armadura que cumple la misma misión con eficacia militar. Ya encontraremos un hueco para ir a una tienda y buscar unos estores que maticen la luz para que caiga sobre los objetos con la suavidad de azúcar glasé. Y tal.

Por la noche veo algunas ventanas enfrente sin cortinas. Las escenas que muestran no habrían inspirado mucho a Hopper, que de todas formas se inventaba todo lo que pintaba. Hay un señor sin camiseta que observa una pantalla mientras otra le ilumina por detrás. Eso es todo. Deberíamos exponer un poco más la intimidad para hacer comunidad. De eso saben mucho en el norte, donde puedes pasear por la calle a esa hora en la que la gente cena y saltar de mesa en mesa como ese personaje de Cheever que iba de piscina en piscina. Aquí somos muy tímidos.

Quizás es los vecinos de enfrente esperen que nosotros movamos ficha para hacer ellos lo mismo. Y nosotros les miramos deseando que sean ellos los que den el primer caso. En esta situación de bloqueo nos sería útil una familia de nudistas que nos mostrara el camino. Al principio podría ser un poco raro, como asistir a la vida dentro de un escaparate, pero poco a poco la mirada perdería su punto lascivo, como les pasa a los chicles con su sabor, y entraríamos en una fase de educativa contemplación, como si todas las ventanas estuvieran rodeadas por el cuadrado amarillo de National Geographic.

Cuando llegue ese momento, podré salir desnudo al balcón y, asomado, recorrer cada uno de los pisos de enfrente para ver cómo se organizan su vida. Algo parecido a esas tiendas de animales en las que todos están expuestos sin ningún filtro. Será el reality definitivo. El retorno a ese Paraíso en el que nadie tenía nada que ocultar. 

martes, 11 de septiembre de 2012

Cada punto es importante




Cada punto es importante : Sé que el agua está fría porque cada día la sombra cubre el césped artificial un poco antes y porque ya no hay grupos de mujeres charlando, sólo estamos un padre lanzándose una pelota azul con su hija y nosotros, que llegamos para aprovechar media hora. Tengo la sensación de no ser bienvenido : las sillas ya están apiladas con profesionalidad de mudanza y las sombrillas, cerradas, se han convertido en las armas de un ejército derrotado.    

El mismo socorrista, que a principio de verano organizaba partidos de waterpolo con los niños, ahora parece el conductor del último metro que, sentado en un banco, espera a los viajeros rezagados antes de llevarse el verano a cocheras. No levanta la vista de su móvil.

Daniel es ajeno a todo esto, feliz de ponerse de nuevo las gafas. Pero va a estar fría, le digo. Para ti, sí, responde. Abre la ducha. El viento hace que caiga más agua fuera que sobre su cabeza. Sonríe. Me voy a tirar de bomba, dice. Se gira hacia la piscina y sale corriendo, lanzándose como si fuera el primer baño de la temporada.

El sonido del chapuzón hace que esté día, que no parece reclamar ninguna estación, caiga del lado del verano.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Una nueva oportunidad




Una nueva oportunidad : Ya están forrados los cuatro últimos libros que quedaban. Es extraño este juego con los libros de texto : los padres, forrándolos, hacemos todo lo posible porque perduren, mientras que las editoriales emplean todo su esfuerzo en asegurarse de que lo de dentro cambie para que haya que renovarlos anualmente, como esas frutas que se pudren apenas sacadas de la cámara.

Pero de esa lucha no saben nada los niños. Para ellos lo importante es ver el cuidado que se pone en proteger lo que se les entrega. Es como seguir el camino hacia atrás con un regalo : se les enseña y después se envuelve con un papel transparente.

En una esquina del salón, dentro de una gran bolsa de basura, dejamos los rollos vacíos. En la mesa se acumulan los libros en los que se une el olor a nuevo con el del plástico. Al margen de sus temas, lo que percibo es que cada uno de ellos es un intento de corregir nuestros errores. Es ahora cuando empieza el año que importa.  

domingo, 9 de septiembre de 2012

Infidelidad




Infidelidad : Me sirven el café en una taza de loza que hace juego con su plato. Me gusta el ruido que hace mientras camino hacia la mesa de piedra agarrando con cuidado el plato. Me hace pensar en el tictac de un reloj recorriendo cuartos de techos altos y muebles brillantes. Es el contraste prefecto con los árboles, el canto del gallo, el lejano golpeo de los cencerros : los coloca a la distancia justa. Me siento en la mesa y pruebo el café. Ahora entiendo el porqué de este rito en tierras lejanas : lo que se conquistaba con las armas se asentaba con una taza y un plato como éste.

Estoy acostumbrado a mi taza del desayuno, grande, gruesa, de las que aparecen en las mesas de los policías de las series. Suelo llenarla hasta el borde para que el café me dure bastante. La cojo por el asa y me marcho con ella hasta el salón. Para que no manche la mesa, pongo debajo de ella un trozo de papel de cocina y la dejo a la distancia justa para poder cogerla estirando el brazo mientras leo, apurando el silencio.

Ahora no tengo prisa y me entretengo mirando las siluetas de las montañas, dejando que el tiempo pase hasta que alguien venga a por mí. Me bebo todo el café, hecho con la misma máquina que tengo en casa. Me levantaría a por más para sentir en los labios el fino borde de la taza. En unas viñas, las uvas cuelgan como ubres reclamando ya las manos.

sábado, 8 de septiembre de 2012

¿Para qué sirven las avispas?



¿Para qué sirven las avispas? : Nada más dejar el plato con embutido en la mesa, un grupo de avispas se posan sobre él como helicópteros en la selva. Se mueven con la decisión del que tiene un buen plan pero no el tiempo que necesita. Si consiguiéramos un silencio lo suficientemente transparente, podríamos escuchar cómo arrancan pequeños trozos de carne a mordiscos.

Las espantamos con las manos. Olas de aire que ellas esquivan sin problema, dejando un trozo para ir a por otro. Nos envuelven con el sonido de su vuelo, que nos hace creer que hay más de las que podemos ver.

-¿Para qué sirven las avispas?

Miramos dos veces el trozo de lomo que nos llevamos a la boca (por un lado y por otro).Nadie sabe responder a la pregunta. Tal vez sea un tema de polinización. Las abejas hacen miel, eso las justifica. ¿Qué hace una avispa?

De repente, desaparecen. La escena deja de vibrar y todos los objetos se van asentando en un silencio doméstico en el que se disuelve la selva. No hay ninguna amenaza. Es entonces cuando Marta grita y se lleva la mano al pie : nos enseña el dedo meñique en el que le acaba de picar, como respuesta, la última avispa en marcharse.   

viernes, 7 de septiembre de 2012

Dos aproximaciones al orden




Dos aproximaciones al orden:

Daniel : Voy con Daniel en el coche a vaciar el maletero en un punto limpio. Esto es algo que nunca hice con mi padre porque cuando yo era pequeño nadie reciclaba : la basura era basura y no dejaba un rastro de culpa en tu conciencia. Ahora este tema ha cambiado.

El encargado, con mono azul, se acerca a apuntar el número de la matrícula en un cuaderno. Pregunta el código postal y nos deja seguir. Cada contenedor tiene un cartel al lado. Aparcamos en el que pone “Maderas”. Daniel tiene prisa por salir del coche, coger las partes de un mueble de Ikea y lanzarlas al contenedor. Le encanta tirar ahora una caja, y un aparato electrónico que se rompió, y los accesorios de plástico de una lámpara. Es el placer de lanzar objetos y ver cómo se estrellan sin que nadie diga nada; pero también parece disfrutar con este ejercicio en el que se va poniendo en orden algo que hasta este momento estaba mezclado.

Siempre que vengo tengo la sensación de que el encargado va a acercarse y que en algún momento me va a reprochar que lo que tiro está nuevo, que todavía hay alguien que sabría sacarle partido.

Llega un camión para llevarse el contenedor de los aparatos metálicos. El conductor, que lleva unos guantes gruesos, saluda al encargado. Por la puerta abierta de la cabina se escucha un concierto de Sabina.

-Eso es todo – le digo a Daniel.

Salgo del punto limpio como de aquellos confesionarios del colegio después de obtener la absolución.

Lucía : Lucía se niega a venir con nosotros al punto limpio pero se ofrece a acompañarme al Corte Inglés a comprar papel de forrar. Nos hemos quedado sin rollos y María quiere dejar todos los libros listos. Ya que vamos, aprovecharemos para comprar algo de cenar y una botella de Equus.

Lucia se relaja y no deja de hablar todo el rato. Está de buen humor. En el aparcamiento, me separo un poco de ella y espero, como si no estuviera esperando lo que acaba haciendo : sin dejar de hablar, me coge la mano y camina a mi ritmo.

Ya en la la sección de papelería se mueve como si la hubieran montado para ella por su cumpleaños y como parte de la fiesta tuviera que encontrar los rollos de papel. Ahora soy yo el que la sigue, sin prestar atención a nada más. Si ella pudiera, viviría en una papelería, rodeada por ese orden de pequeños objetos.

Vamos de un pasillo a otro, como personajes de un cuento, hasta que damos con lo que buscamos. Cogemos ocho rollos y caminamos con ellos como si fueran los planos de una nueva  máquina o los mapas de tierras desconocidas. Plano o mapa, cada uno cuesta un euro con noventa. Alguien debería tener la idea de vender los libros ya forrados. 

jueves, 6 de septiembre de 2012

La casa del tercer cerdito




La casa del tercer cerdito : Ya sé cómo y cuando empezó la crisis : en el instante en el que un Ministro de Economía presentó los Presupuestos del Estado en un pen drive. A todos, incluido yo, nos pareció bien que el Estado se acercara la calle y utilizara un dispositivo tan  integrado en la cacharrería doméstica como el mando del coche o las pilas gastadas de los cajones. Es posible, fantaseé, que junto a los cuadros de Excel hubiera una carpeta con las fotos del verano o la última de Harry Potter recién bajada. El poder y el pueblo unidos por esa unidad externa con aires de mascota.

Para el pasado quedaba esa furgoneta blanca, con las puertas bien abiertas, de la que dos tipos con el mono limpio bajaban tomos y más tomos repletos de cifras calientes, encajadas entre sí con el cuidado con el que se levanta la Torre Eiffel a base de cartas. Debía haber en ese trabajo tan agotador cierta intención de permanencia, ese cuidado de madre por ofrecer unas cifras fuertes, sanas y, a su modo, definitivas, criadas a base de bocadillos de tulipán.

A cambio de ese tuteo entre ministros y lectores habituales del Marca, se acababa con la seriedad de las cifras porque cambiar un número era ya fácil : bastaba con remplazar el documento antiguo. Ahora la Torre Eiffel se construye con cartas virtuales. Por eso se dice una cifra definitiva del déficit que luego se sustituye por otra cifra definitiva que es corregida por otra cifra definitiva. El Excel lo acepta todo y el pen drive sustituye cada cambio como si nada.

Pienso en todo esto cuando veo en el salón, encima de la mesa, dos diccionarios gruesos. La rotundidad del saber. Se los han entregado a los mellizos como parte del lote de libros que han distribuido en el colegio en su primer día de clase. María se queja de lo que pesaban, pero es que ésa es la primera lección que han recibido hoy : el saber tiene que pesar, tiene que ocupar un volumen, tiene que estar definido por una cantidad de libros. En el caso del diccionario, ese recorrido del índice por un diccionario buscando una palabra hasta que, acercándose a ella, se frena como la bola en la ruleta señalando el número ganador, crea un vínculo entre el significado descubierto y el lector totalmente distinto al que ofrece la consulta rápida en la página de la RAE.

Es probable que dentro de unos años los mellizos se presenten en casa con un pen drive repleto de toda la información del curso, que se lo saquen del bolsillo y que lo dejen olvidado en algún sitio. Tendrán disponible información para sacarse los cursos de cinco en cinco, pero se perderá algo que ahora es fundamental : esa sensación de conquista que se obtiene cuando se pasa en el libro una hoja ya aprendida. Ese mensaje sobre la propia estructura del aprendizaje, lento, directo, manual y capa tras capa.

Puede decirse que es una teoría pedagógica  de guía telefónica, pero en este caso la defiendo y la defenderé hasta que estas generaciones aprendan a darle valor a lo virtual, algo que ahora no se hace ni en los pisos altos del Estado. Por esta razón, me temo que una de las condiciones del futuro rescate nos obligará a presentar los Presupuestos otra vez impresos : será como volver al lápiz después de haber pasado al bolígrafo, pero es que no aprendemos.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La piedra del deseo




La piedra del deseo : Hay días tensos, fértiles como el vientre de una embarazada, y otros, como hoy, que se quedan con ese aire de triste desperdicio del condón en un descampado. Qué le vamos a hacer.

Algo interesante sí que ha habido : la lectura de un capítulo de “Los libros de mi vida”, de Henry Miller , sobre los escritores que le han influido, en el que encuentro algunas frases sugerentes. “Nada hay más difícil en la vida que aprender a no hacer otra cosa que lo estrictamente ventajoso para el propio bienestar, lo estrictamente vital”. Lo que más me gusta es lo que dice cuando deja la literatura de lado. Aquí va otro ejemplo. “Algunos hombres nunca llegan a conocerse a sí mismos ni a conocer lo que motiva su conducta. Son la mayoría de los hombres, en realidad. En otros, en cambio, el sentido de destino es tan claro y tan poderoso que difícilmente parece haber cabida para alguna elección; crean las influencias necesarias para cumplir sus fines”.

Entro en el aparcamiento del Mercadona con la impresión del primer párrafo en el cuerpo y las ideas del segundo en la cabeza. Una extraña mezcla. Noto cierta tensión entre ambos, como si hubiera unido dos vestuarios rivales. Los dos tratan de imponerse y yo me dejo llevar en esa pelea doméstica ante la que no pienso tomar parte. El descenso a la tercera planta es tan metafórico como real. Hay mucho sitio libre porque el resto de la gente se maneja bien con su alegría de cerveza y plato de patatas y todos se pelean por un hueco en la primera planta : uno no humilla un BMW haciéndolo descender.

Me bajo del coche y me encuentro un carrito solo. Mi fin era hoy comprar en el Mercadona y ahí se me ofrecen las condiciones para hacerlo. No tengo ni que utilizar una moneda. Tal vez tendría que haberme tomado más en serio eso del destino; haber lanzado más lejos la piedra del deseo.