sábado, 30 de junio de 2012

Muchas noches



Muchas noches : Metódicamente, una noche comienza ensayándose en pequeños agujeros, recovecos y, como veo, vasijas. Ahí se tantea y va avisando de que se acerca. Mientras, otra noche se afila en las esquinas y otra oscurece un horizonte por el que cruzan unos aviones, llevándose los últimos brillos del día.

Me quedo con la de la vasija. Me gusta ver cómo se acerca al borde y va borrando su silueta. De la otra parte del jardín me llegan las voces de los niños y los adultos mientras recogen las pequeñas pelotas de colores que nos hemos estado tirando. Ha sido una tarde en la que siempre había un niño llorando (y una madre cogiéndolo y susurrándole) o enfadado o peleado o exigiendo atención en su cuna o corriendo o sorprendido con esa risa contagiosa con la que te dice lo contrario de lo que escuchas (nada, no he hecho nada). Ahora todos recorren el césped y miran entre las plantas como si recolectaran fruta madura. Lucía lleva la caja transparente en la que se van guardando todas.

Hay otra noche, la que ya nos va templando, que espera a que aparezca la última pelota.  

viernes, 29 de junio de 2012

Una escena rural



Una escena rural : En la gasolinera, por primera vez en mucho tiempo, un empleado se acerca a preguntarme cuánto quiero echar al coche. Le digo que lleno, claro, que el detalle me ha hecho sentir importante y no quiero quedar como alguien que sabe en qué va a gastarse las monedas que lleva en el bolsillo.

Me gustan las gasolineras porque en ellas uno experimenta el viaje más que en la propia carretera. Tienen algo de puerto en el que salir a caminar mientras los marineros recuerdan el valor del dinero y las bodegas se llenan de los víveres necesarios para seguir navegando. Sería un buen sitio para que te echaran las cartas.

Veo un túnel de lavado y al lado un pequeño parque infantil bien cuidado en el que a estas horas de la mañana no hay nadie. No creo que lo hayan estrenado todavía. La urgencia en un viaje con niños está relacionada con el baño, no con un tobogán en el que un niño se tenga que desahogar. No importa. Ver un parque infantil relaja.

El litro de diesel está hoy a 1,285 euros.

Sopla una brisa agradable.

Como su trabajo tiene que ser bastante aburrido, el empleado se busca la forma de hacérselo algo más interesante. Se acerca a mi surtidor y, agarrando la manguera con cuidado, la mirada fija en las cifras que van cambiando, logra ponerme cincuenta litros exactos. Es una buena cifra. Es un buen ejercicio. Debería decírselo, pero me callo porque no sé cómo se lo tomaría.

Entro en la tienda. No sé por qué, me acuerdo de esa escena en la que Luke entra en la cantina de Mos Eisley para encontrarse con Han Solo. Debe haber algún detalle que mi subconsciente ha identificado y que yo no logro encontrar. En la cantina no había patatas fritas, ni la prensa, ni una mujer pasando la fregona por el suelo, ni barras de Mars. No sé encontrar la solución a esta adivinanza. La mujer a la que pago se ríe con la chica de la limpieza, que se ha acercado a comentarle algo. Las dos se parten de risa. Me hace enseñarle el DNI, teclear el PIN, coger la tarjeta y el recibo. Y siguen riéndose. Hago todas las tareas todo lo despacio que puedo para descubrir qué es lo que las hace reír de esa manera, pero no dicen nada. Sólo se ríen.

Así que aquí dentro están las mujeres, partidas de risa. Fuera, los hombres, envueltos en su lento silencio, atienden a los coches. Cuando termino de pagar logro entender la imagen : cada empleado, con su gorra y el uniforme oficial, se mueve de coche en coche con el cansancio del ganadero que va colocando la máquina para ordeñar a las vacas.

jueves, 28 de junio de 2012

Electricidad estática




Electricidad estática : Con motivo de la Eurocopa, todos los céspedes parecen estar conectados con los de los campos de fútbol de Polonia y Ucrania. Los pies de los niños son más sensibles a esa electricidad estática compartida y no dejan de perseguirla, como si no tuvieran suficiente excitación con su edad, con el sol, con el agua y con un verano al que todavía no le ven el horizonte.

Los niños ocupan casi toda el agua de la piscina. Pienso en ese anuncio de una freidora en el que una cesta repleta de patatas frita se sumerge en aceite caliente. Está claro que para ellos una piscina es una piscina, tenga el tamaño que tenga. No dejan que el adjetivo pueda acercarse a matizar el concepto de piscina. Hay agua, y puedes saltar y qué más quieres.

Yo permanezco un poco alejado. De ellos y de los demás padres, que se reúnen a charlar mostrando unos cuerpos en los que se empieza a admitir ya la derrota. En algunos casos, por lo que se ve, sin haber presentado mucha batalla. No me importa demasiado porque así no me distraigo y me centro en “Labia”, de Eloy Tizón.

Es posible que en los cursos de best sellers se enseñe a Tizón diciendo “éste no es el camino, tomad el otro”. Y eso está bien y es cierto, porque la flecha que señala su nombre te lleva a unas historias de pocos personajes que Tizón desmenuza hasta convertirlas en harina. Se sirve para ello de una mirada meticulosa y paciente que utiliza un lenguaje que logra dar valor a todo aquello en lo que se detiene. Que es bueno, vamos : leerle es disfrutar de la evidencia de que la realidad no se basta sin lenguaje y que por ello su calidad depende de la propia calidad del lenguaje. Tizón trabaja una estructura básica, de cuento, y alrededor de ella va trabajando el lenguaje como el que va decorando un árbol.

Esa es la teoría. La práctica es que me bajo el libro a la piscina, leo cuatro páginas (evitando que caigan gotas de agua) y eso me basta, como lector y como escritor. El final se me va alejando conforme me acerco, lo que demuestra que en la piscina el tiempo y el espacio varían. Me quedan diez páginas, sólo diez, me leo cuatro y al subir descubro que me siguen quedando diez.

Podría darle un empujón y terminar el libro, pero no quiero y, además, yo también noto esa electricidad estática en los pies. Me apetece probar otra vez si bañarse es tan divertido como parece viendo a esos enanos saltar y salir y volver a saltar. Tengo mi bañador y mi toalla, pero no siete años. Dos de tres tampoco está tan mal.   

miércoles, 27 de junio de 2012

Los pies del vencedor




Los pies del vencedor : Las manos son nuestras mejores herramientas. Abren la lata de mejillones, te rascan la nuca, tienen uñas que morderse, te ayudan a quererte y, ya ves, sirven para teclear cualquier cosa que se te pase por la cabeza con una fidelidad que, a mí, me enternece.

Marmóreo. Lo pienso y lo escriben.

Frente a las manos, tan alabadas en el tema evolutivo, el pie parece ese pariente lejano que hace su función sin recibir atención, como el camarero que barre la sala antes de apagar la luz.

Y lo entiendo: los pies, no sirven para teclear (no mostraré las pruebas) y parecen estar ahí para ser el relleno de los zapatos, como parte del cuerpo que más nos une a los maniquíes. Los pies tienen su sitio después de un “sin embargo” como el pararrayos que puede recibir malas críticas para que el resto del cuerpo conserve los halagos. ¿Quién se molesta si le dicen que, sin embargo, tiene los pies feos? Es una forma indirecta de decir que el resto está bien y que sólo se ha encontrado algo que criticar en el último punto de la ITV.

Ahora en la piscina se ven muchos pies. Me fijo en los de mis hijos, suaves y blandos. Comparados con los míos parecen todavía cachorros.

Por la noche, durante el partido contra Portugal, pienso en pies. En la tanda de penaltis, las manos aparecen poco. Son los pies los que acaban decidiendo todo, reivindicándose. A ninguna guapa reportera se le ocurre pedirle a uno de los jugadores que han marcado un penalti que le muestre sus pies a las cámaras : después de un combate de boxeo, me gustaría que me enseñaran las manos sin guantes del vencedor.

martes, 26 de junio de 2012

Tres meses en el destierro




Tres meses en el destierro : Durante todo el verano, a la ducha del baño (doméstica) le entra una depresión que le disuelve sus huesos de serpiente. Se vuelve entonces blanda por dentro, aunque por fuera siga igual de flácida que siempre.

Yo sé qué le pasa aunque ella, limitada por las opciones frío/calor, poco pueda decirme.

El hecho es que sabe que no puede competir con las duchas de la piscina (salvajes), que siempre se muestran altivas, con ese cuello de cisne metálico; que no se permiten relajar su posición de revista; que son dueñas de una elegante marcialidad; que ponen con su presencia un contrapunto necesario (como pequeños trozos de sal en el chocolate) a esa despreocupada alegría que rodea la piscina. Dos puntos : El asta en el que se cuelga la bandera del verano.   

A su lado, la ducha doméstica no puede aportar nada. Encerrada en un baño, no sabe lo que es reflejar el sol o sentir la fina sombra blanca de la luna recorriéndola de la cabeza a la base conforme avanza la noche. Ella vive en una eterna estación. Hace su trabajo de mojar y de aclarar y presiente que se acerca el verano cuando sólo se la utiliza para quitar el cloro rápidamente, sin dejarle tiempo para dejar brillante el pelo.

Le digo que la ducha salvaje no te deja elegir entre frío o calor, que es como un instrumento incompleto. Añado que al abrirla no sabes cómo va a salir el agua. Sigo diciendo que salpica mucho. Que a veces no sale el agua con fuerza.

Digo más cosas, por decir, pero lo cierto es que el verano empieza a latir cuando esas duchas de la piscina comienzan a bombear agua. La primera vez que me pongo debajo de una de ellas, abro el grifo, y, con la cara levantada, siento caer el agua, doy por iniciado el verano.

No sé qué más digo. Ella también presiente que es pariente, más o menos lejana, pero pariente, del reloj que nos despierta todas las mañanas y eso es algo que le duele. Me quedo a su lado sabiendo que ahora no quiere escucharme. 

lunes, 25 de junio de 2012

La tecla muda




La tecla muda : Observo la lata de atún desde la perspectiva del que ha cenado y no tiene hambre. Lo que más me gusta de la lata es la facilidad con la que se abre, tirando de una esquina, con el gesto confiado del que desplaza la sábana para dormir. Mil veces se hace y mil veces sale bien. Lo que menos me gusta es encontrarme el atún desmigado (desmigajado también vale), como si hubieran echado los restos de la lonja después de barrerla. Un jarrón de escamas roto, en fin.

Observo la lata y, por ese impulso de no estar donde estoy, me imagino que se trata de una lámpara mágica. Pienso en lámpara y me encuentro dentro de una película de dibujos animados con esa lámpara arquetípica (supertípica también valdría) que acaba con mi imaginación. Una imaginación que lleva, nada es inocente, el copyright de Disney. Si sigo en mi empeño de ver así la lata, ya no puede ser desde el palco de la imaginación, así que haga el favor de salir sin armar ruido.

Salgo de Disney y entro de nuevo en la cocina y en la lata de atún. Sigo en mi empeño de imaginarla como un objeto mágico que, al ser frotado, hace salir por el hueco de la tapa, oliendo a aceite de oliva, a un genio con cuerpo de atún y voz de Clint Eastwood. Lo de la voz de Clint Eastwood es importante. Lo del cuerpo de atún es por motivos estéticos, porque uno piensa en cosas agradables al ver un atún nadar : fluidez, decisión, vida, esas cosas. Nada que ver con el panga, un animal que nos comemos porque de él solo sabemos su nombre, y gracias.

El caso es que necesito a ese genio porque he pasado la tarde con la PSP en la mano matando una medusa mitológica pero recibiendo la venganza (es un juego inteligente) de la segunda, que no esperaba a que sonara el gong para salpicar con mi sangre la pantalla de la consola. Sangre. Y más sangre. Y sangre otra vez. La aplicación del teorema de la prueba y del error que iba sumiendo a Daniel en un silencio más y más profundo en el que se iban diluyendo su admiración por mí, su pasión por el juego y su ilusión por la vida, en general. Su fe ilimitada en mis pulgares, ganada en juegos donde la suerte importaba más que la habilidad, ha ido desapareciendo partida tras partida porque aquí la suerte no vale nada. Y mis pulgares, menos.

De Internet esperaba el guiño cómplice de la pareja en una partida de cartas, pero hoy o no estaba de humor o no tenía nada que hacer con su mano. Las redes que he echado a Internet han subido a cubierta con objetos imposibles, como el bolso de una cleptómana después de visitar varias tiendas chinas. “Matar Medusas PSP God of War” o “Kratos PSP matar Medusas” o “PSP trucos Kratos Matar Medusas”. En cualquier caso, matar medusas. Y los resultados han sido decepcionantes. Más respuestas habría encontrado con “Cómo pasar por puerta giratoria”. Yo qué sé. Decepción total.

Aquí se podría haber acabado la historia porque una retirada a tiempo también puede ser una lección para un hijo (En el fondo, todo es una lección, buena, mala, útil, inútil). Pero, cosas de ser de letras, que el protagonista se mueva en el terreno mitológico es algo que, por ser preciso, me llega (en plan público de OT con sus ídolos). Así de implicado estoy. Además, creo que son estos pequeños detalles los que acaban teniendo grandes efectos en la personalidad de un niño. Parece que no pasa nada y, ya de mayor, te das cuenta de que cualquier tema que interpretes se viene abajo al presionar esa tecla que se quedó muda esa tarde en la que tu padre no te ayudó a pasar la escena de las medusas en la PSP. Que somos así de complicados.

Acudo a la lata de atún natural y la froto con cuidado. Invoco al genio del mar. Sólo necesito un único deseo, así que los otros dos los eliminaré como si fueran la bebida y el postre que me ofrecen por teléfono cuando sólo quiero la pizza. De repente hago la asociación que cualquier habría hecho ya hace un par de párrafos entre las medusas y los atunes como animales marinos. Es posible que haya alguna conexión familiar. Algún mito perdido en el que un atún yace con una medusa y de ahí sale un dios de segunda división, más bien feo y con poderes intermitentes y sin mucha utilidad (abrir una puerta con una radiografía o saber en qué momento dar la voz de alto al frutero para que las manzanas no sobrepasen los dos kilos que hemos pedido). Un dios al que nadie hizo mucho caso y que se hizo un hueco entre las criaturas abisales describiéndolas lo feos que eran los que vivían en la superficie. Puede, en fin, que de la lata salga una medusa de verdad para vengar al atún y demostrarme que en el terreno real puede sacudirme igual que en el virtual.

Me habría gustado escuchar a un atún con la voz de Clint Eastwood. No soy valiente : me sirvo un vaso de leche y me marcho.

domingo, 24 de junio de 2012

La segunda extinción




La segunda extinción : He de reconocer que, aunque los dinosaurios son de mentira (los he tocado), tengo un poco de miedo cuando camino entre ellos. Hoy es el último día de la exposición en el zoo y no dejo de mirar al cielo: quizás la fidelidad a la ciencia les haya obligado a preparar un fin de fiesta en el que un meteorito a escala, pequeño desde fuera pero grande para el que esté debajo, acabe con las figuras. Los demás, como son más incultos que yo, se hacen fotos y se echan agua por la nuca. Felices.

Los dinosaurios están tan bien hechos que no piensas que sean de aquí, donde empezaremos a cubrir la falta de dinero con imaginación y volveremos a desempolvar frases como “con una caja de cartón es como mejor se lo pasa un niño”, típicas de alguien que no ha visto la cara de ese niño jugando al God of War en la PS3. No hace falta imaginar (se agradece) porque los dinosaurios se mueven y emiten los sonidos que se supone que se escuchaban por entonces si salías a dar un paseo. Ellos lo hacen todo por ti aunque no sepan que hoy es su último día de vida, tal vez para que no les entre la angustia filosófica de un Nexus y te suelten un discurso metafísico de lágrimas y bla,bla,bla, en vez de escupir, que es lo que hacen ahora, un chorro de agua. Felices también ellos antes de que les llegue ese cambio climático a lo bestia.

Definitivamente, le hacemos fotos a todo, pasando de los flamencos que están al fondo, que ni son mecánicos ni nada, los muy aburridos. Me leo los carteles de cada dinosaurio. Se extinguieron hace sesenta y cinco millones de años y hoy les vuelve a tocar. También es mala suerte. Más y más fotos porque la mezcla de un niño y un dinosaurio es muy fotogénica. Se llevan bien y se nota. Me pregunto el por qué.

Terminamos el paseo por el mesozoico, patrocinado por Ford, y regresamos a la vida real de los animales. Elefantes, monos, peces, y un león marino que se llama Elvis. Hace tanto calor que los animales se acurrucan en cualquier sombra. Es un buen día para venir al zoo si no quieres ver animales : todos escondido o inmóviles, logrando que el panda, ya ves, parezca hiperactivo.

Me da por leer la información de cada animal para imaginármelo. Al lado del texto hay tres rectángulos de colores señalando la relación que debemos tener con cada especie. Verde : abundantes como conejos. Amarillo : Ten cuidado donde pisas. Rojo : En los puestos de descenso. Descubro que muchos animales tienen marcada la pegatina roja porque la raza humana ha salido un poco bestia. Desde el rinoceronte de la India al ciervo del padre David. Parece que, somos así, cuanto más grande es el animal que matamos, menos es lo que aprovechamos de él : del oso hormiguero sólo se quiere su lengua.

Cada pegatina roja me hace sentir un poco culpable.

A los que critican a los zoos habría que recordarles que hay especies que solo viven en ellos. Como sería un poco deprimente un zoo con este tipo de animales al borde del precipicio, se van añadiendo otros para que los niños les pongan nombres de Disney y en la tienda puedas comprarte un peluche sin la necesidad de protegerlo.

Si las etiquetas rojas se van extendiendo, habrá que crear dos tipos de zoos, los que alegren el espíritu, como un paseo por una guardería, llenos de conejos copulando, y otro con cierto aire de asilo soviético, encerrados en sus charlas sobre el pasado y sus lentas partidas de dominó. Creo que en el fondo a todos nos gusta leer sobre la extinción de los dinosaurios porque es el único caso en el que podemos decir que no fue culpa nuestra.

sábado, 23 de junio de 2012

Exceso de reducción




Exceso de reducción : Hace sol y debería ponerme una gorra, pero quiero ser ese guiso que se va reduciendo por el calor hasta quedarse en sustancia y que así en mi cabeza solo floten frases geniales, ideas deslumbrantes, conexiones ahora insospechadas. Venga el sol.

Los enanos tienen la clase de pádel. Sus sombras, retrasadas, no van acompasadas con sus movimientos. El profesor se pasa la mano por la cabeza y en un momento en el que los enanos beben agua se acerca a confesarse.

-Trece años dando clases. Antes podía con todo, pero ahora un sol así me mata.

El calor vuelve la pala de pádel más pesada, eleva la red, pega las suelas de las zapatillas, hace que las pelotas boten menos, frena lo que el profesor dice para llegue con algo de retraso al que espera la bola, densifica las sombras, convierte la realidad en la fina ranura con la que los ojos tratan de defenderse, solidifica el silencio y muestra más grande el cielo, más rotunda la mañana.

Durante esa confesión, los enanos beben con una furia que le da plenitud de músculo al verbo: se podría tocar ahora y pasar los dedos por sus fibras, tensas, a punto de estallar. Todo en ese instante tiene un sentido básico, anterior al lenguaje, que llega un poco tarde, lo sé. La fuerza de ese acto consigue que todo, alrededor, sea un satélite sin importancia. Quince, diez segundos como mucho. Después la realidad, vencida en ese punto como una bola de acero sobre una sábana, vuelve a estirarse y yo con ella, integrándome de nuevo en el sol.

La única sombra afortunada es la de la botella de agua que han dejado a mis pies. Las demás parecen sujetar los objetos a los que están atados para que el peso del sol no los derribe. Esta es más frágil, tal vez incluso fresca. En cualquier caso, como sombra que es, también se esconde del sol : si no la miro, permanece quieta. Sólo avanza si la observo un buen rato.

Por eso la mañana transcurre tan despacio. Todas las cosas están frenadas por la sombra que arrastran. La clase hoy parece eterna y al ver al profesor siento lástima.

-Además – añade – Esta es la peor pista de todas. No sólo no está cubierta, sino que, en invierno es la más fría porque no tiene nada que la proteja por este lado.

Tiene razón. He pasado mucho frío sentado en este banco. Hoy toca calor. No importa. Que el sudor caiga por mi frente es señal de que ya se me va reduciendo el guiso de ideas en el que me muevo. Perfecto. Para cuando termine la clase seré capaz de exponer unas imágenes sorprendentes.

Ese era el plan, pero cuando reacciono la reducción es absoluta y no da para una presentación, ni para un nudo ni para un desenlace. Como mucho, para esto, pequeño pero rotundo, sin caldo. Fin.

viernes, 22 de junio de 2012

Éxito en la vida




Éxito en la vida : Supongo que uno de los miedos de una madre es que su hijo no prospere, que antes de meterse en la jungla se pierda en el primer seto que cruce. Bueno. Yo también he tenido mis momentos de desconcierto, pero ¿quién va a dudar de mí en este momento, camino de casa, acompañado por una modelo?

No sólo eso. La modelo está a mi lado en un vagón de la línea diez. ¡La diez!. Todos los años de la carrera saltando de la uno a la dos, de la dos a la uno y ahora heme aquí. En la diez. ¿No es esto progresar?

Vaya manera de empezar el viernes. Éxito.

La modelo tiene pose de modelo y eso me vale, aunque haya pasado por un montón de manos hoy y las gotas de su piel ya no sean de agua, sino de sudor. Hay que disculparla porque el suyo es un trabajo duro : su pasarela es un vagón de la línea diez (¡la diez, mamá, y con una modelo!), pero vagón al fin y al cabo. Me gusta que abandonen las portadas de las revistas y se mezclen con los que usamos el metro. Hacen bien porque los ojos de la superficie la miran, pero aquí abajo la miramos y la admiramos. Si no es así, el metro no es tu medio.

A la modelo, claro, no le importa nada que la observe. Qué otra cosa voy a hacer si el vagón está casi vacío. Una chica con los ojos muy pintados, consultando algo en su móvil. Un tipo con ropa de deporte sentado en el suelo leyendo.

Mi rendida fascinación por ella desaparece cuando le pregunto cómo se llama, de qué pueblo son sus padres, si algún primo suyo ha tirado una gallina desde algún balcón. Este tipo de cosas. Tal vez resulten un poco raras, pero nunca he hablado con una modelo y no sé si es lo que procede. Ella me responde lo mismo :

¡Rebajas en H&M!

¿Alguna vez en un aeropuerto te has llevado una maleta que no era tuya? ¿Te has reído de alguien que se haya golpeado la nariz contra una puerta de cristal (y después te has acercado a ver qué marca ha dejado)? ¿Le has escondido a un niño su pelota de plástico en la playa para que deje de molestar? ¿Has tenido que mirar en la tapa si tu coche era de gasolina o de diésel porque de repente has dudado? ¿Has llamado a algún número y has preguntado por ti misma?

¡Rebajas en H&M!

¿Crees que la miocentesis es el nombre de una diosa griega? ¿Has tocado las peras del Mercadona sin guantes sabiendo que eso es una falta de educación con aquellos que sí nos ponemos guantes para tocar peras? ¿Ha sonado la última campanada y en tu platito ya no quedaba ninguna uva? ¿Has admitido frente a alguien con autoridad en el tema que a ti todos los cafés de la Nespresso te saben igual? ¿Le has dicho al mismo tipo que no solo eso, sino que no sabes dónde lleva la palabra las dos eses y que te importa una mierda?

¡Rebajas en H&M!

Llego al último transbordo con algo de pena. El cuerpo no lo es todo, a pesar de lo bien que le sientan las exclamaciones. Vaya. Podría engañarme y decirme que no me importa, pero no es así. Tengo que ser sincero conmigo, con ella y con H&M. Sé que lo nuestro no funcionaría. Qué mierda de escenario para tener que tomar esta decisión. Ni la chica de los ojos negros ni el lector se dan cuenta de lo que me cuesta separarme de una modelo con la que no hay comunicación.

Ya esta.

Ahí se queda mi modelo. Yo me siento un poco desorientado sentimentalmente, pero pronto me centro porque recuerdo que tengo que pasar la ITV. Bueno, mi coche, no yo.

jueves, 21 de junio de 2012

Bastará para sanarme




Bastará para sanarme : Hemos cubierto las zonas peligrosas de la realidad con trozos de espuma que amortiguan el golpe hasta tal punto que ni siquiera lo percibimos : usamos “low cost”, por ejemplo, para creernos que si compramos cosas baratas no es por obligación, sino por el placer de gastar poco. Son las pequeñas trincheras del idioma. El chupito que uno se sirve cuando se queda solo. La parada del autobús iluminada en mitad de la noche.

Ahí está ese cartel del Carrefour. Hay carros grandes y medianos. Si a cualquiera le preguntas cuál es el opuesto de grande, jamás te responderá que mediano. Ese cartel es el trabajo de alguien inteligente que ha utilizado una palabra con una precisión que me pone de buen humor. Es una pequeña trampa, de acuerdo, pero está a la vista a pesar de que haya que hacer el pequeño esfuerzo de fijarse.

Con las cifras todavía calientes del acuerdo en la mesa, la última batalla entre países, por lo que vemos, está en el idioma. Se permiten variaciones de miles de millones, pero la palabra que designe el acuerdo ha de ser una.

Y es importante. El que entra a hacer la compra con un carro mediano cree conservar algo que seguramente ya le hayan quitado.

miércoles, 20 de junio de 2012

Daños colaterales




Daños colaterales : En la clase les piden que se imaginen en otro país y que en una cartulina creen una postal dirigida a sus profesoras, dibujando algo típico en una cara y un texto en la otra. La redacción de Daniel, desde Londres, es cercana, anunciando que quiere verte para ponerte al día, que te echa de menos, que te manda muchos besos. La de Lucía, aunque está en Hawái, tiene cierto aire administrativo : se la dirige al señor director. No se anda con tonterías Lucia : directa al poder.

Se habla del final del libro impreso, pero ese pariente lejano que es la postal debe estar ya totalmente muerto. Su certificado de defunción, oficial y definitivo, llegará cuando a los colegios se incorporen nuevas profesoras acostumbradas a decirlo todo a través del móvil y un ejercicio como éste desaparezca del todo. ¿Quién va a escribir una postal si puedes hacer una foto y mandarla al instante? La tecnología también ha acabado con la paciencia. Va dejando cadáveres en la cuneta (daños colaterales) que no vemos porque siempre, en el horizonte, hay una nueva versión.

Ese horizonte que nace en fábricas con jornadas de trabajo chinas.

Veo que han dibujado los sellos. En las dos postales son los rostros sonrientes de dos niños. ¿Qué sentido tiene ponerse a buscar un sitio en el que comprar un sello (¿un qué?), aguantando la impaciencia del que tiene una postal ya escrita? Adiós a los sellos, y a los puestos de la Plaza Mayor y a las series numeradas y al catálogo en el que aparecían todas las emisiones con sus precios. Un catálogo que también está en la cuneta, junto a la guía telefónica.

Más que una postal mandada desde otro lugar, es un envío que se hace desde otro tiempo.

martes, 19 de junio de 2012

Seis millones de bolos




Seis millones de bolos : Desde la puerta, calculo que en la bolera hay cinco o seis millones de niños (según el método de un auditor de banca) celebrando un cumpleaños. Luego, cuando me acerco, veo que sólo hay unos treinta, pero siguen haciendo el ruido de cinco o seis millones. Si el alboroto es sinónimo de diversión, este es el mejor cumpleaños de todo el mundo (estación espacial incluida)

Me lo paso bien viéndoles jugar. Los demás padres, exceptuando al cuerpo de guardia de cinco madres, que velan sin parecer que lo hacen, no saben que es aquí donde deberían estar. Aquí, como yo, apoyado en una repisa alta con un plato de plástico al lado con restos de tarta de chocolate.

Compruebo que la bolera es un entorno indestructible con una rutina fácil. Una máquina va ofreciendo unas bolas verdes como melones que los niños recogen con las dos manos. Todos intentan meter los dedos y lanzarlas como se ve en las películas. Pero la película se termina cuando arrojan la bola y esta avanza, cansada y un poco desorientada, hasta el final, donde los bolos, para no estropear el cumpleaños, esperan que les rocen para caerse, como si estuvieran cojos o blandos o sobornados o todo a la vez.

El tamaño y el peso de estas bolas están adaptados a ellos y a ambos lados de la calle hay colocadas unas guías, como las que se ponen en las camas para que los niños no se caigan, para que la bola avance sin salirse. Es, resumidamente, el escenario en el que se mueve un país rescatado.

Mientras uno juega, los demás niños danzan a su alrededor, gritan, dan consejos, se quitan los zapatos, se abrazan, piden agua y sostienen sus bolas con cierta solemnidad, como si ese peso que tienen entre manos fuera el de la madurez. Al fin y al cabo, esto es un cumpleaños. Todo lo hacen gritando para imponerse al griterío que ellos mismo provocan. No ser consciente de la paradoja lo hace aún más divertido.

Este sano bullicio en el que me sumerjo, inocuo como una lluvia de algodón, me sienta bien. Esta zona de la bolera es un país neutro en el que no pueden aplicarse las normas que un poco más allá, pasada la puerta del encargado, vuelven a ser válidas. Las madres, me doy cuenta, no están aquí para hacer cumplir las reglas, sino, como policías fuera de servicio, para recordar que ahora casi todo está permitido siempre que físicamente todos puedan salir como entraron.

Los encargados respetan también la tregua y uno de ellos viene, con esa lentitud del que sale andando del mar y una tranquila sonrisa, a ayudar cuando es necesario : el panel que alguien apaga, la bola que se queda en mitad de la pista, la niña que se queja de sus zapatos. El encargado sabe que nada puede con esta bolera, así que reacciona con una atención de empleado de joyería. Arregla el panel, devuelve la bola a su dueño y escucha atentamente a la niña como si le estuviera proponiendo la mejor adivinanza que fuera a escuchar en su vida.

Nadie presta atención al marcador en el que, de forma profesional, van apareciendo los nombres de los niños con sus apellidos, lo que les hace parecer mayores. Sólo Daniel parece interesado en él.

-Soy muy malo – me dice.

Le paso la mano por la nuca, empapada de sudor.

-Pero me lo estoy pasando muy bien.

lunes, 18 de junio de 2012

Tiritas chinas



Tiritas chinas : Sobre este barrio (que la palabra me perdone) las fechas caen como flechas sobre un escudo. Ni lo rozan. Da igual que sea Nochebuena, que hace noventa años se descubriera la penicilina o que Ibáñez celebre su cumpleaños. Las calles son iguales, como bloques de lego. Todo lo que te sirve de ayuda para orientarte en otro punto de Madrid (si huele a churros es posible que haya una verbena, si hay colgadas luces es que pronto llegan las fiestas navideñas) aquí no existe. Puedes elegir en qué día quieres vivir y pasar en él el resto de tu vida. A algunos, con los que ya no discuto, les gusta.

Sólo hay un evento que logra que el barrio enseñe un poco de escote en un cuello siempre cubierto : un partido de La Roja. Es el único caso en el que el barrio, sensible a las corrientes que circulan por el resto de la ciudad, traducidas aquí a leves calambres, parece sentir el deseo de moverse y de, como el anciano al fondo de la sala, animarse a dar unos pasos al final de la boda.

Y ahí entran los chinos, que, como tienen los pies más en el suelo que nosotros, anticipan esos cambios de humor y llenan sus tiendas de todo el merchandising de La Roja que preparan en algún pueblo de China: desde banderas de todos los tamaños a pinturas de guerra. Todos los escaparates parecen entonces sedes del PP celebrando una victoria y donde crees que vas a ver a algún político paladeando los primeros chupitos del poder te encuentras a un dependiente que te sirve una bandera y unas camisetas con la indiferencia del charcutero que te mete en una bolsa de plástico cien gramos de pavo.

El abuelo, pues, mueve las piernas y en muchas ventanas aparecen banderas españolas para que allí en Polonia quede constancia de lo mucho que les apoyamos. Es posible que aquí un niño agite su camiseta y en un estadio lejano metamos un gol. Tampoco hay que ser tan escéptico. Las banderas me parecen alegres y me dan ganas de decirles a los edificios lo que una madre a una hija que acepta probarse algo de lo que no está muy convencida : “¿ves lo bien que te quedan?”. Además de esta parte estética está la capacidad de unión de un barrio (sigue sin convencerme esta palabra) más allá de las cañas en las terrazas, las charlas sobre nuevas bicicletas o los partidos de pádel. Algo harán. Supongo.

En la zona interior del bloque, la que da a la piscina, han colgado varias banderas. Me recuerda a esas mujeres que sólo se maquillan para su marido. Las hay de todos los tamaños. Pequeña si hay algún niño en el piso que se haya empeñado en tener una. Grande si se sigue esa inspiración de las marcas de cerveza de cuanto más mejor. Las repaso mientras, sentado en la terraza, España juega su partido contra Croacia. Quizás la nuestra sea la mejor estrategia frente a ese artesonado de cemento que los croatas han dispuesto sobre el césped, pero no puedo negar que me aburro. Me resulta más interesante ver cómo todas las televisiones cambian de imagen a la vez. Además, hace buena noche.

Es fascinante atender a las respuestas de la gente e imaginar por sus gritos lo que sucede en el partido. De repente todos nos volvemos sensibles y reaccionamos como si nos rozaran una herida recién abierta. Hay otras más grandes y dolorosas, pero a ésas ahora no les prestamos atención : el fútbol es la crema que las calma y la bandera la tirita que colocamos encima.

domingo, 17 de junio de 2012

"Sin título"




"Sin título" : En el bulevar de Salvador Allende, en Alcobendas, se expone una serie de fotografías de Chema Madoz, que es mi fotógrafo personal. En la presentación se dice “Definir a Chema Madoz como uno de los fotógrafos españoles más importantes de la actualidad resulta evidente”. Mal empezamos con este arranque : no me gusta esa evidencia porque no aporta pruebas y porque, ya puestos, describir algo evidente resulta absurdo, que para algo es evidente. ¿No? ¿Sí?. Tal vez sea que el calor hace que lea las cosas demasiado despacio y estos textos sean para pasar por ellos a gran velocidad.

No sigo leyendo. Paso directamente a las fotografías, expuestas a gran tamaño por este bulevar (zona franca entre dos carriles que van en un sentido y en otro), de dos en dos, en una serie de soportes alejados de sí. Veo una y surge el primer problema : hace calor y hemos traído a dos niños sin gorras y sin agua, lo que nos obliga a pararnos antes de empezar porque el sol golpea como si quisiera clavarnos en la acera. Una buena excusa para comprobar la ley de la oferta y la demanda : la misma botella de agua cuesta 1,50 en un bar y 1,20 en una máquina, razón por la cual le murmuro a la máquina que, cuando inicien su conquista mundial contra la raza humana, cuenten conmigo.

(Te quieren mucho cuando regresas con dos botellas de agua fría bajo un sol implacable)

Hidratados y satisfechos, empezamos el recorrido por la exposición, montada por el equipo de Photoespaña 2012 para alegría de los que tenemos hijos en edad de aprender y ganas de dar por estrenada esta temporada de fotografía. Las fotografías son grandes, en blanco y negro, y están centradas en objetos. Pararse delante de ellas es jugar a encontrar el truco, lo que las hace muy pedagógicas y divertidas, si ambos conceptos pueden ir juntos. Madoz es un autor para adultos. ¿Puede ser apto también para niños?. La respuesta no la tengo en este párrafo. Hay que esperar un poco, aunque para los impacientes ya he dejado ahí esa mención a los trucos.

Las fotografías de Chema (he visto tantas que le voy a tutear) son tan buenas que aunque muchas me las sepa me siguen gustando. En el centro siempre hay un objeto cuyo sentido es modificado por un accesorio, por el entorno o por una aplicación inusual del dicho objeto. Ha salido una frase académica, pero tan buena que me gustaría traducirla al alemán para sentir su rotundidad (como repasar con un bolígrafo un dibujo con lápiz y pasar después la goma). Voy a añadir algo que se ha dicho, pero con una interpretación distinta. Su trabajo (me vuelve a salir el académico que nunca seré) es literario no sólo por el lenguaje (ese aliento de greguería, por ejemplo) sino porque me provoca los mismo efectos que un buen texto. Lo veo y siento la urgencia de experimentar con la realidad como hace él, convencido de que lo que tenemos delante es sólo una posibilidad y de que todo son piezas que pueden combinarse para arrancar nuevos significados. Queda dicho.

Mientras, los enanos, ajenos a estos párrafos que me construyo en cuanto tengo un momento, van pasando de fotografía en fotografía, atentos a la pista de cada adivinanza. “En un puerto hay un velero, y un catamarán y una lancha y el último ya te lo he dicho”. Disfrutan cuando encuentran el punto en el que dos elementos contradictorios coinciden, como la punta de dos espadas tocándose. Algo brilla dentro y no pueden evitar una sonrisa como respuesta a ese placer que es puramente intelectual. Cada risa les deja con ganas de más, así que, corriendo unos metros por delante de nosotros, van anticipándose para asegurarse de que son los primeros en enfrentarse a cada fotografía. Si algún cuadro se les resiste, escuchan con la atención absoluta del que necesita encontrar el camino para volver a casa. Están tan dedicados a este juego que se olvidan de su sed : todavía no han abierto la segunda botella.

Resulta difícil actuar como el padre que te gustaría ser en vez del que realmente eres. No van a jugar al fútbol si tú no lo haces. Ni tampoco se aficionarán a la cocina si tú apenas pasas tiempo en ella. Puedes fingir, pero al final acabarás atrayéndolos a tu propia órbita. La ley de la gravedad también funciona en las relaciones familiares. Ni fútbol ni cocina, pero se irán acercando poco a poco a la fotografía, como ahora. Que disfruten de Madoz me alegra porque te alimenta jugando y porque, como decía al principio, lo tengo como fotógrafo personal. Pero esto merece estrenar otro párrafo.

Digo personal porque su trabajo define bastante bien cómo funciona mi cabeza. Como él, yo suelo pensar usando imágenes independientes, como pequeñas islas en un archipiélago. Me resulta imposible establecer rutas entre ellas, por lo que no solo no sé moverme por una ciudad marcando origen y destino, sino que, temporalmente, tampoco puedo fijarlas a una fecha. Si me preguntan de cuándo es algo que recuerdo, mi respuesta es la que aparece en todas las fotografías de Madoz : “Sin título”.

Así que se puede decir que, paseando en esta exposición al aire libre, también están haciéndose una idea de cómo es mi cabeza por dentro. Ni cifras, ni series, ni fechas ni argumentaciones basadas en datos guardados en la memoria. Sólo imágenes bastándose a sí mismas. ¿Se puede vivir así? Hay que vivir así.

Cuando llegamos a la última fotografía los enanos parecen un poco decepcionados. Querían más. Al descubrir que se ha acabado, notan, de golpe, el cansancio y el calor que el propio juego había mantenido alejados. Se sientan a la sombra de una fotografía. Me da por pensar que la sombra de una fotografía en blanco y negro será más fresca que la de una de color.

Y abren la botella que les quedaba.       

sábado, 16 de junio de 2012

Al final del pasillo




Al final del pasillo : En los pasillos del colegio están expuestos los trabajos que han hecho todas las clases. Hay un agradable ambiente de mercadillo cultural en el que todos estamos contentos por varias razones : hacemos algo con nuestros hijos, comentamos sus trabajos, hablamos con los profesores y, sobre todo, sabemos que la cosa termina antes de comer.

Este vago optimismo de mañana de sábado filtra los titulares económicos, que se quedan fuera, como la mierda de un acuario en la capa de carbón.

Abruma la cantidad de obras que salen de las aulas de un colegio cuando pone a sus alumnos a crear. No hay medida. Es imposible encontrar un solo hueco libre en la pared, del techo cuelgan fotos o dibujos y varias mesas presentan trabajos de investigación repletos de textos y de fotografías. Es lo que pasa cuando miles de dedos nerviosos, de ojos ansiosos, de cerebros inquietos se coordinan. Qué lástima que al final del pasillo les espere el Excel.

Aunque un motivo sea el mismo, la ejecución es totalmente distinta : del concepto de hamburguesa salen treinta diferentes a pesar de que Mc Donald´s quiera que pensemos sólo en una, la suya. Como la exposición permite seguir las obras por edad no cuesta descubrir que cuanto más pequeños son, mayores las diferencias. Lo que se pierde en técnica se gana en concepto. Es más fácil que un niño entre por el ojo de la aguja del arte a que lo haga Damien Hirst.

Daniel : Esos son los dibujos de los pequeños.
Lucía : … (Subrayando con su silencio la frase de Daniel)

Lo cierto es que, por ahora, al final de este pasillo hay varios castillos hinchables y están deseando salir a saltar. La edad. No tiene sentido que pase más tiempo viendo estos dibujos que sus trabajos. Lo admito, pero. Los recorro rápidamente, fijándome en todo. Sirviéndome de nuevo de la imagen del acuario : soy el pez que se come rápidamente los trozos de comida que le echan. No mastico (soy un pez), no paladeo (soy un pez). Me dedico a llenarme la tripa todo lo que puedo mientras los “venga,venga” van tirando de mí.

Finalmente tengo que desistir. Momento en el que me doy cuenta de cómo funciona esto. No se trata de mostrar las cualidades artísticas de ese monstruo de mil manos que ocupa todas las aulas, sino de recordarte que alguna vez tú hiciste cosas parecidas. Que has terminado atado al Excel, qué le vamos a hacer, pero antes también estabas vivo y podías hacer algo así. Así que.

viernes, 15 de junio de 2012

El tipo de las buenas historias




El tipo de las buenas historias : Dice hoy Luis María Anson que dice Mario Vargas Llosa que “Grecia no puede dejar de formar parte integral de Europa sin que esta se vuelva una caricatura grotesca de sí misma, condenada al más estrepitoso fracaso”.

Ya, pero es que Grecia te miraba las cartas cuanto te levantabas al baño. Un poco tramposa Grecia.

Dice Juan Abreu que dice Michael Lewis que “Da casi igual dónde acaba el despilfarro y empieza el robo; lo uno enmascara y por tanto permite lo otro. Se da simplemente por supuesto, por ejemplo, que cualquiera que trabaje para el gobierno tiene que ser sobornado. Las personas que acuden a los hospitales públicos presuponen que tendrán que sobornar a los médicos para que realmente los atiendan. Ministros de gobierno que se han pasado la vida dedicados al servicio público salen de sus despachos y pueden permitirse mansiones multimillonarias y dos o tres casas de campo”

Ya, pero es que Sócrates y Platón y los mitos, y esas alas que se derriten al acercarse al sol.

Es muy difícil tomar partido y decir, como buen cirujano, “vamos a separa a los siameses por aquí”. Habría que ver a Grecia como a ese tipo simpático, familiar del anciano presidente, que no trabaja mucho pero que te cuenta buenas historias para que le invites a un café. Buenas historias, sí, pero algún día se acerca a tu mesa y, al verle, lo único que piensas es “ya esta bien, tío, siéntate y trabaja un poco, que el cuento clásico no da tanto de sí". 

En eso pienso hoy, claro. Una vez que le he dado un par de vueltas al tema, me marcho al baño. Me digo que ya tengo mi propia opinión sobre el tema. Esta bien esto. Y la imagen del tipo simpático no está mal. Simpático, pero. Y en ese pero es donde me quedo. Entonces, al asomarme a la ventana del baño digo : “Dórico, jónico y corintio”.

jueves, 14 de junio de 2012

Alas en los pies




Alas en los pies : No falta el intelectual que sigue escribiendo que en nuestra época los héroes son los futbolistas. Bueno, me digo, a ver qué se cuentan otros. La épica del deporte y esas memeces que nos da por citar cuando no queremos reconocer que, básicamente, el fútbol es un deporte de once tipos contra once dándole patadas a un balón. Ese es el hecho. Otro, que la penicilina puede salvar vidas.

Y no me incluyo entre en los que desprecian el fútbol, cómo voy a hacerlo con mi abono del Madrid y esa camiseta de Zidane que algún día (no sabemos cuándo, ni él ni yo) firmará. Sucede que ya me cansa toda esa hojarasca mítica que rodea al tema. Para qué, si basta con un control de Benzema para asentir.

La hojarasca, decía. Qué aburrimiento.

María, los enanos ya durmiendo, se trae unas zapatillas que a Lucía le trajeron los últimos Reyes. Son blancas y vienen con unos rotuladores para que las colorees. Vaya tonterías que se piden ahora, pero la palabra de una carta es sagrada y sólo queda cumplirla y los Reyes hicieron lo que se les pedía. Las zapatillas llevaban en su caja desde entonces y hoy, temiendo María que se le queden pequeñas, las saca y empieza a pintarlas. Me recuerda a esos dibujos con números (2=Rojo, 3=Azul) de cuando éramos pequeños. Las va coloreando con la misma atención que les pedimos a los enanos. Nada de salirse. Nada de dejar una parte en blanco.

Así.

Cuando termina, las deja encima de la mesa. Parecen zapatos especiales, capaces de ayudarte a sortear las zonas más grises del camino. 

miércoles, 13 de junio de 2012

Como una polilla inconsciente




Como una polilla inconsciente : Anda que no hay estrellas ahí arriba (qué poca cosa somos), el universo expandiéndose (dale que te pego), con agujeros negros (tan voraces), con posible vida inteligente (en la que pienso al escribir esto), un lienzo lleno de preguntas (y de respuestas), de historias (de fronteras).

Qué gran golosina para el cerebro.

Sin embargo, aceptando todo eso, veo dos ventanas iluminadas en la noche y eso es lo que atrae mi atención. 

martes, 12 de junio de 2012

La mirada reincidente



La mirada reincidente : Las bicicletas, una mujer en una bicicleta, las sombras de una silla, los grafiti, los platos que me sirven, las etiquetas de las botellas, un salto en la piscina, una mano con un juguete, el número de la habitación del hotel, mis hijos comiendo, una mano con una hamburguesa, los enanos corriendo, una camiseta con el cinco de Zidane en la espalda, el grupo a la salida del restaurante, el estadio recibiendo al Madrid, unos tacones en el metro, un golpe con la raqueta, un aparcamiento vacío, un quiosco abierto, un perro arrastrando una correa muy larga, edificios reflejados en edificios, un gato tumbado a la puerta de una casa, una mesa dispuesta, la ropa del colegio colgada en el tendedero, un balón rojo en el césped, una panera repleta, las sombras de una escalera, los números de la plaza de un parking, la sombra de un columpio, edificios reflejados en charcos, un rostro dormido, el desguace de un tren, la grieta en una puerta, el sol a través de un vaso de agua, una repisa con velas, los zapatos de los enanos encima del cesto de la ropa, un escaparate chino, un cuenco de cerezas, un cartel con el menú escrito con tiza, una casa sin techo, una palangana en un ático, unas piedras en el fondo de un cubo lleno de agua, un patio cubierto de granizo, un ciclista pasando entre dos autobuses, la mirada de alguien que escucha un secreto, una chancleta a punto de caerse de un pie, la aguja sobre un disco, unos dedos cogiendo una aceituna, un cortado recién servido con el sobre de azúcar, un maniquí iluminado de noche, unos labios cubiertos de chocolate apurando un cucurucho, la sucesión de columnas en un soportal, una mujer que empuja un carrito por el paso de cebra, una cadena rodeando un tronco, una cabina sin teléfono, un tiesto con geranios en una pared blanca, una mujer leyendo por la calle, la funda de una guitarra con monedas, una mujer pintándose los ojos en el coche, un cartel con una falta de ortografía grave, las manos que aprietan el bote de kétchup con fuerza, un hombre empujando un barril de cerveza, dos perchas colgadas tras la puerta, la golondrina que pasa volando para beber el agua de la piscina, la caja de plástico repleta de botellas vacías, el cocinero con el gorro puesto que sale a fumarse un cigarrillo,  la bombilla que cuelga desnuda de un cable, la columna de periódicos a primera hora, una lata totalmente aplastada, un chorro de agua cayendo de un grifo fino, el reflejo de una mujer que friega, los tentáculos del pulpo en el hielo de la pescadería, las puntas de los lápices de colores de una caja recién estrenada, el nudo de una corbata, las manos que se hacen una coleta, la sombra de una farola al atardecer, unas zapatillas unidas por sus cordones colgando de una cuerda, las bolsas de pipas colocadas con cuidado en el puesto, el anuncio de lencería en la parada vacía, las ruedas del carro en el que lleva el amplificador el cantante del metro, el tráfico en un cruce desde el décimo piso, la niña que recoge las flores que le han lanzado a la novia, la pareja que se hace una fotografía besándose, un grito apretando los ojos, las últimas brasas del fuego, la sombra de un hombre son sombrero, los pies metidos en la piscina, un tatuaje en un hombro, cinco niños corriendo tras una pelota, dos flores que salen en una acera.

lunes, 11 de junio de 2012

Risas bajo el agua



Risas bajo el agua : No es recomendable, no, bajar con los enanos a la piscina a las siete y media de la tarde. El sol, por temas de gravedad, cae más deprisa y un viento que parecía esconderse detrás de las esquinas se lanza ahora a jugar con los árboles. Otros se echarían atrás. A mí, no sé por qué, las gafas del socorrista me dan confianza. Bien, hombre, bien, me dicen.

Tirarse a una piscina sin gente es estrenarla de nuevo. Compensa ese frío que noto al meter los pies (no ayuda el agua de una ducha conectada con alguna nevera), y las rodillas, las rodillas, las rodillas (no me decido). Lucía y Daniel se lanzan de golpe y el ruido que hacen retumba en mi orgullo. Rodilla, pecho y cuello.

El agua tiene el efecto de quitarnos unos cuantos años de encima. Damos por buena cualquier tontería que se nos ocurra. No hay nadie más, así que las limitaciones las marca el perímetro de la piscina, la profundidad, la gravedad y la presencia de las gafas negras del socorrista. Cojo a Daniel con el brazo izquierdo y a Lucía con el derecho. Los dos no dejan de reírse. Siento sus cuerpos pegados al mío. Miro al sol y le digo : párate.

Un nivel más bajo, los vecinos charlan. Los niños dan vueltas con la bicicleta. El ambiente parece de pueblo, cerrado, protegido frente a lo exterior, como ya anticipándose.

Les lanzo todo lo alto que puedo. Debajo del agua siguen riéndose.

domingo, 10 de junio de 2012

Bajar la guardia




Bajar la guardia : Detrás de esa puerta hay unas doscientas niñas, entre cinco y quince años, haciendo una exhibición de gimnasia rítmica. Pasamos dos horas sentados, viendo cómo se presentan todas las combinaciones posibles de gimnastas y tipos de ejercicio.

Entre ellas está Lucía. Me sorprende reconocerla a lo lejos, mientras espera con su grupo, por algún gesto suyo. Algo muy leve que no soy capaz de definir. Junto con una amiga suya, de rasgos chinos, ejecuta posturas que nunca le he visto hacer antes. Todo eso estaba dentro.

Solo realiza dos ejercicios. Entre uno y otro, aprovecha para ir al baño. Pasa delante de nosotros corriendo, con la espalda recta. Es el único momento en el que no la veo a través del objetivo de la cámara, sin tener que calcular la relación óptima entre exposición, sensibilidad y diafragma. El placer de mirar por mirar y de experimentar esa cercanía que la cámara no te permite. 

sábado, 9 de junio de 2012

La bicicleta de Regina




La bicicleta de Regina : Al salir del restaurante, con la felicidad básica que da el llevarse puesto un salmorejo y unos filetes, y dos copas de vino y un saco de hojaldre relleno de crema de bacalao, veo un árbol y una bicicleta, lo que me parece una buena forma de terminar la comida y de empezar la tarde. El concepto de bicicleta debió nacer de alguien que, mirando un tronco, se dijo “qué bien quedaría ahí apoyada”. Lo que no sé es en qué pensaría el que diseñó el saco de hojaldre con bacalao.

Preparo el iPhone.

Espero a que pase un grupo de turistas que viene por la derecha, otro por la izquierda, y me acerco a ver la bicicleta, que parece doblada sobre sí misma, abandonada y en los huesos. Cabrones, pienso. Me aproximo con un poco de lástima, pensando que a las bicicletas habría que protegerlas por lo próximas que están al reino animal. Veo entonces que lo que parece un triste accidente es el resultado de una estrategia bien pensada, a saber : las dos ruedas y el cuerpo de la bicicleta están cogidos con un gran cepo al tronco del árbol. Sólo faltan el sillín y las cadenas.

Así que por aquí vive una mujer (porque sí, una mujer) a la que le han debido robar varias bicicletas de golpe o a plazos. Cabrones, vuelvo a pensar. Una mujer (decidido, una mujer) que muchas veces ha pensado en tirar la toalla y en viajar en metro o en autobús o en comprarse un coche de segunda mano para no llevarse un disgusto cada mañana al verse con menos bici o sin bici, directamente. Pero es posible (sigamos imaginando) que esté en ese punto en el que ya no pueda tirar la toalla en nada más (razones no faltan) y se haya plantado en el tema de la bicicleta. Por sus santos pedales.

La solución no es práctica, porque hay que subirse y bajarse de casa con la cadena y el sillín y dedicar tiempo a montarla y desmontarla. Y qué más da. Lo importante es que, a través de esa bicicleta, ella se aferra al árbol, y a través del árbol, a sí misma.

La tarde empieza, definitivamente, cuando en la plaza de Santa Ana veo un cartel con la cara de Regina Spektor anunciando su concierto del nueve de julio. ¡Y en el Price! ¡Bienaventurado el que tuvo esta idea y bienaventurada ella por aceptar! Le tomo el nombre prestado para la dueña de la bicicleta. Sea, pues.

Hago la foto.

viernes, 8 de junio de 2012

Lo que te llevas de equipaje




Lo que te llevas de equipaje : 

"Las monjas nos enseñaron que hay dos sendas en la vida, la de la naturaleza y la de la gracia. Hay que elegir cuál se seguirá. La gracia no trata de complacerse a sí misma. Acepta que la desairen, que la olviden, que le tengan aversión. Acepta insultos y agravios. La naturaleza es interesada. Hace que otros la complazcan. Le gusta dominarlos para salirse con la suya. Encuentra razones para ser infeliz cuando el mundo brilla a su alrededor, cuando el amor sonríe a través de todo. Nos enseñaron que nadie que ama la senda de la gracia termina mal." 

 Lo bueno de ver “El árbol de la vida” un año después de su estreno es que no hace falta escribir una crítica extensa porque tiempo ha habido para decir de todo : que si es buena, que si es mala. Esas cosas. Lo que puedo añadir yo es algo que se les habrá pasado por alto a todos los críticos : es larga. Estoy acostumbrado a usar un capítulo de serie como referente de medida (ni uno de Nurse Jackie ni el piloto de Treme, claro) y esta película me obligó a adentrarme en un territorio en el que ni los párpados, ni mi concentración aguantaban firmes. Pero aguantaron.

Además de necesitar más tiempo, a esta película se le queda pequeña la pantalla, el equipo de sonido y, por lo que he leído por ahí, algún que otro espectador. Son unos requerimientos de sistema, por ponernos informáticos, excesivos, como para mandar un cohete a Marte (he escrito Marta y por unos segundos he estado a punto de dejarlo así, qué poco me arriesgo) para una misión que, finalmente, se tumba sobre la hierba a ver crecer a los bichos. El megaminimalismo, por crear una corriente, qué ganas tenía ya te apuntarme una, que se define por pedir grandes recursos para pequeños detalles.

Como el prefijo es importante, aquí hay detalles y detalles y detalles : si fueran canapés, serían suficientes para saciar a un elefante gordo. Mellick crea los cimientos de esta historia de dos horas y pico (más si uno tiene un poco de sueño) y se asoma y se dice, pues nada, a llenarlos con piedrecitas. Y los hace : una lámpara que se apaga, un hielo que corre por una espalda, un visillo que se mueve, otra lámpara que se apaga. Apasionante (y lo sigo sin segundas). Realmente apasionante.

De puertas afuera, para situarnos, la película cuenta la relación de un niño, el mayor de tres, con su padre y con su madre. El padre es un tipo duro de los que sólo admiten una moral, la suya. La madre es una mariposa rara clavada en un corcho. Así que el chaval se pasa la infancia escuchandoóordenes de dos entrenadores, que la vida está para marcar goles o que la vida está para no recibirlos. El partido se suspende cuando el hermano mediano muere y entonces el campo se queda desierto como solar en crisis para que todos se pasen el resto de su vida caminando sobre él, con balón y sin porterías.

De puertas adentro, la película trata varios temas. Puede que solo uno, pero ya he dicho que mi concentración era intermitente. Está la lucha entre la gracia y la naturaleza, definida en el arranque para los despistados. Y, como eso puede parecer poco, de plato principal la relación del hombre con lo inmenso y, ya puestos, con Dios, que está un peldaño por encima de lo inmenso. Básicamente, la diferencia de escala entre tú (nada) y el universo (todo) que diluye tu importancia y la de tus problemas al nivel de lo insignificante, lo que a ti no te sirve de consuelo. Hay un trasfondo religioso en el planteamiento que no impide que cualquiera que piense un poco se identifique con lo que se muestra.

Antes he dicho que la película era megaminimalista, pero tengo que reconocer que ni la palabra existe ni es verdad. Doblemente culpable. La palabra sirve a un nivel, pero es que Mallick se deja de discursos y se propone, consiguiéndolo, que experimentes ese diferencia entre tú y el resto, entendiendo el resto como el todo, con sus galaxias y esas cosas.. Se sirve de unas imágenes que, por una ley que sugiero, deberían mostrarse solo en cine. Todavía dirán que el cine es caro.

Y entre galaxia y galaxia, aún tiene tiempo y cuerpo para ponerse a perseguir la noción de gracia como el que caza mariposas con éxito. Este hombre es capaz de levantar pesas y de sentarse a hacer caligrafía china. Aquí se centra en el detalle y se sirve de la música para que tú, aunque dormido, seas capaz de ver lo que él ha visto.

Por no aburrir más al respetable, que cada cual tendrá su conclusión sobre la película. Aquí va la mía : las nociones de orden y de sentido del mundo son tuyas, porque es complicado que existan ahí afuera, en una realidad que no sabemos leer. Allá tú con lo que construyas a partir de ahí.  Sin embargo, sí podemos acercarnos a ese mundo si nos dedicamos a celebrarlo, lo que, por otro lado, no tiene mucho soporte práctico. A saber.

Sí que me queda una evidencia en esta historia sobre la infancia. Llega en un momento en el que ésta se cierra como una maleta y a partir de entonces tienes que manejarte con lo que llevas en ella. Sin tiempo para rectificar o para vivir lo que no se experimentó. Así dicho tiene la consistencia de un albornoz, pero en la película se experimenta como un balonazo en la cara. Ese balonazo que hizo que me espabilara del todo a la una y media de la mañana, con los párpados vencidos y los ojos picantes de sueño.